Asuntos & cuestiones

Llegó el Mundial

La tormenta no cesa. Cada nueva declaración incrementa la incertidumbre o el catastrofismo, sumiéndonos en un estado de permanente amenaza. Los líderes europeos prevén un futuro complicado de recortes y sacrificios a medio o largo plazo. Aquellos que veíamos como a nuestros padres el día de la paga, creyéndoles de una solvencia infinita, dicen que ven el fondo cuando sacan agua del pozo. Mal asunto. Pero, en medio del torbellino maléfico repleto de malos augurios, llega el Mundial de fútbol. Por una misteriosa razón, el fútbol tiene un poder hipnótico y enajenante de difícil equiparación a otras convocatorias de masas. La memoria arqueológica nos relata la tendencia espontánea del ser humano a reunirse en espacios gigantes para contemplar espectáculos. El rugido del gentío, terrorífico y estimulante a la vez, recuerda nuestra condición animal, que se intenta transmitir al jugador desde la grada para que ponga toda la carne en el asador y venza en la contienda. O sea, que muerda. Que se deje de mariconadas y lo dé todo: "¡Que ganan muchos millones!", frase con la que se zanja toda polémica cuando alguien aporta el argumento de que los jugadores también son humanos y podrían estar cansados debido a la sobrecarga de partidos.

Comienza el Mundial y se agradece como la lluvia fina en el bochorno del verano, como el timbre del recreo cuando el profesor está sacando a la pizarra para preguntar la lección.
Nos han metido en una olla exprés y la válvula de escape no se levanta. Se agradece una descompresión exógena. Los que no son aficionados al fútbol o los que lo odian, consuélense pensando en el espacio libre que les va a quedar en los bares, si es que encuentra algún suicida que no retransmita los partidos.

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