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Sacando pecho: la silicona llega a la política

Los españoles de verdad, los mismos que sentían hervir la sangre de humillación ante al pasividad del gobierno, mientras un país del África tenebrosa retenía a miembros de una tripulación española en mazmorras, no pueden soportar que el nombre de España sea, de nuevo, pisoteado por antiguas colonias que nos deben la lengua, la religión, la civilización y hasta el alma, pues es de justicia recordar que fueron nuestros frailes los que dotaron de tal complemento a los indios que, hasta que les descubrimos, eran simples animales. Roma tardó tiempo en concederles la condición de humanos, y no vamos a ser nosotros los que discutamos la infalibilidad del Papa. En todo caso, su excesivo gusto por la moda y los ayudantes guapos.
¡Qué pasividad! Por no llamarla cobardía. Cómo echamos de menos la diligencia con que se manejaba el anterior gobierno, cuyo embajador apoyó el intento de golpe de estado en Venezuela antes, incluso, de que fuera realidad. ¡Qué inteligencia tan preclara! ¡Qué acción tan española! Porque el arrojo se demuestra al reconocer la autoridad del sublevado antes de que el golpe triunfe. Luego viene el turno de los cobardes, de los pusilánimes y chaqueteros.

Necesitamos, de nuevo, un líder que saque España del rincón en el que la han metido los enemigos de la patria. Retomemos Perejil, retomemos Gibraltar, recuperemos el imperio que nos hizo ser temidos allende los mares y dejémonos de pamplinas. Pues es preferible que la península se hunda en la mar oceana, a verla mancillada por esos salvajes, con improperios lanzados desde allí, y con una invasión silente que están llevando desde hace unos años gracias al efecto llamada.

Algún día vuestros hijos serán mestizos, y España no será España, será una nación cualquiera.

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