Balagán

Kafka en Tel Aviv

La historia de los manuscritos de Kafka surge y resurge continuamente, y huele bastante mal. Sabemos que sus escritos originales se los legó a su amigo Max Broder justo antes de su muerte con instrucciones precisas para que los quemara. Brod no le hizo caso y cuando emigró a Palestina en 1939 se los llevó consigo. Ahora están en poder de dos hermanas ancianas, hijas de la difunta secretaria y amante de Brod, a la espera de ver qué deciden los tribunales de Tel Aviv.

La Biblioteca Nacional de Israel quiere quedarse con ellos. Las ancianas hermanas Hoffe también, más que nada porque pueden sacar beneficios millonarios con su venta en el extranjero. Ahora se sabe que Eva Hoffe ha denunciado que recientemente han entrado los ladrones en su casa tres veces y se han llevado una parte de los manuscritos que ella guardaba. La Biblioteca Nacional está que se sube por las paredes y ha pedido una intervención rápida de la policía y de los jueces para salvar lo que queda del legado.

La familia Hoffe ya ha vendido en el pasado algunos de los manuscritos más famosos, como el de El Proceso, que vendió en su momento por un millón de dólares. Hay instituciones en Estados Unidos y Alemania que están muy interesadas en los originales. Las hermanas quieren que los millones se queden en la familia y argumentan que los manuscritos les pertenecen porque Max Brod se los legó a su madre. La Biblioteca Nacional, sin embargo, no arroja la toalla. Asegura que como Kafka era judío, sus textos deben quedarse en los anaqueles de la institución, y que Brod expresó en vida, antes de morir en 1968, su intención de donárselos a la Biblioteca Nacional.

Afortunadamente, la voluntad de Kafka, quemarlos, no se considera como una opción.

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