Balagán

Compañeros de viaje

Una orden que el presidente Barack Obama firmó en el transcurso del año en curso autoriza a la CIA y a otras agencias de Estados Unidos a ayudar clandestinamente a los rebeldes sirios que luchan contra el régimen de Bashar al Assad.

La noticia, que trascendió ayer, ya era conocida pues se sabe que la CIA está operando en la escena siria desde hace mucho tiempo, unas veces de manera directa y otras de manera indirecta, a través de países como Turquía, Arabia Saudí o Qatar, entre otros.

Es difícil entender qué tienen en común Arabia Saudí y Estados Unidos para estar encima del mismo carro. Tal vez el interés de Washington de contar con el apoyo de los saudíes contra Irán, y como vasto portaviones de las bases americanas que proliferan en la península arábiga y apuntan a Teherán, en la misma dirección que apunta Israel.

Los saudíes promueven un islam radical en el extranjero desde los años setenta, exactamente desde después de la guerra árabe-israelí de 1973, cuando la subida del precio del petróleo les permitió dedicar grandes cantidades de dinero al proselitismo y a fomentar el wahhabismo. Desde entonces Riad exporta esta corriente radical de la religión musulmana sunní que se está extendiendo no solo por países de Oriente Próximo, como Egipto y Siria, por poner dos ejemplos, sino también por Europa occidental.

Los saudíes, que mantienen una fijación enfermiza con el chiismo, con el beneplácito de Estados Unidos, buscan ahora profundizar su influencia en Siria, como lo están haciendo en Irak, con el objetivo de formar un gobierno afín a sus intereses y enemigo del chíismo.

Lo que resulta más difícil de entender es que Estados Unidos y la CIA hayan decidido compartir las operaciones contra Siria con los saudíes y que se hayan convertido en compañeros de viaje en una empresa en la que sus intereses, al menos en teoría, no pueden ser más divergentes y alejados.

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