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Cheers. Donde todos saben tu nombre: fra-ca-sa-do

Anoche vi el estreno del 'Cheers' de Telecinco casi como se ve una película de mucho terror: con las manos abiertas sobre los ojos y los meñiques en las orejas. Como sin querer pero queriendo y sin podérmelo creer, sin dar creditito.

Cheers. Donde todos saben tu nombre: fra-ca-sa-do

El principal problema del refrito nacional de la sitcom americana no es que los guiones no tengan ni pizca de gracia (como en efecto sucede), ni que los actores parezcan habitar dimensiones diferentes desde las cuales lanzan sus frases a un vértice pretendidamente cómico donde sus registros imposibles quedan flotando y sin colisionar nunca: Pepón/off Nieto y sus dos registros sobreactuados no entra en la órbita de Resines, que no se hace gracia ni a sí mismo y emula a un Fraser que carece del tono erudito del original para quedarse en algo así como un tonillo Amando de Miguel casposo, caserete y de oídas.

Aunque, insisto, el principal problema de ese desastre de serie no es lo anterior, no. Lo grave es que sus adaptadores (que debieron de hacerse un lío con la palanquita que indica 220/110 y eligieron mal la tensión) no han entendido el espíritu de 'Cheers', cuyo mayor valor no residía en unos actores magníficos, unos guiones inteligentes y divertidos y un tempo impecable. Que también. Pero el mayor valor de 'Cheers' era (y es, DVD mediante) su capacidad para construir una serie acogedora, donde queremos estar y refugiarnos, no necesariamente para que nos hagan reír -como parece creer la versión española- sino porque nos sentimos bien, cómodos, como dice la canción (la original, no la de Dani Martín, ¡qué espanto!)

Esa es la gran diferencia; que el bar de Boston es un lugar al que quiero ir porque me siento cómodo, porque todo el mundo me interesa y porque no me da vergüenza que me vean salir de allí. Al 'Cheers' de Fuencarral, ni me acerco, que seguro que salgo oliendo a fritanga y hasta los cojones de que Alberto San Juan (el pobre) me intente soltar otro de los infames chistes de los guionistas con su dicción impecable. Maldita sea. Para una vez que hubiéramos agradecido esa incapacidad para vocalizar de los actores españoles y van y eligen a San Juan, que lo dice todo perfectamente y se le entiende fenomenal, desgraciadamente para nosotros, para las madres de los guionistas y para la inteligencia, así, como concepto universal (a 110 o a 220, me da igual).

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