Monstruos Perfectos

El canalillo de la canciller

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Angela Merkel estuvo el pasado domingo en la inauguración del nuevo Teatro de la Opera de Oslo vestida de gala y con un escotazo vertiginoso que nos ha vuelto locos. Al Bild, al Die Welt, al Rheinische Post y a mí, que no pude resistirme a hacerle sitio en mi vitrina del lunes.

Loco de amor puro. Porque ese canalillo níveo de la señora Merkel lejos de erótico me ha resultado profundamente hipnótico y maternal; una línea de sombra entre esplendor, un camino hacia la memoria de otros tiempos ajenos. Hacia la confortable sensualidad de los recuerdos de las amas de cría bávaras, de la tía solterona y el escondite de su pañuelo de hilo, la estanquera felliniana de Amarcord, la enorme ternura descarnada de Marianne Sägebrecht en Sugarbaby, las orondas madames de burdeles con olor a lavanda o la risa aguda de las prima donnas que convertían en gelatina su exhuberante mostrador para el collar robado de la Castafiore.

"¿Cuánto escote puede mostrar una canciller?", se preguntaba el lunes el Die Welt. Cuanto le dé la gana. Otra cosa es a cuánta longitud de onda de canalillo nosotros perdemos la cobertura adulta y nos ponemos caústicos o solemnes para disimular nuestra insignificancia ante esa carne prometida, ese cálido espacio protector que nos hace freudianos a nuestro pesar y nos incapacita como adultos.

Y no nos llaméis machistas. Somos demasiado pequeños como para saber qué significa éso.

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