Monstruos Perfectos

En tercera persona

Cuenta el músico Bernardo Bonezzi en una reciente entrevista que él dejó de trabajar con Pedro Almodóvar cuando el director empezó a hablar de sí mismo en tercera persona. Lo entiendo. A mí –además de los bolsos de CH, el tinte caoba o quienes empiezan sus frases con "te voy a ser muy sincero"– no hay nada que me dé más miedo que la gente que habla sobre "su persona" (como diría el hijo de Andrés Pajares, a quien conocimos cuando se inventó que la policía de Miami lo había confundido con el asesino de Gianni Versace).

Aparte de los taxistas con el pelo teñido de pardo rata, los niños vestidos con traje y corbata y las niñas con animal print, no hay nada que me asuste tanto como quienes hablan de sí mismos en tercera persona y asumen con su verbo una múltiple dimensión de persona, personaje público y marca comercial al tiempo que demuestran su capacidad para desdoblarse y hacerse carne mortal en entrevistas siempre amañadas, o en obituarios tan inquietantes como el que escribió hace unas semanas Mario Conde sobre su difunta esposa para El Mundo, donde él mismo se describía como "un as de las finanzas".

Después de la sonrisa de Aznar, los arranques hagiográficos zapateriles de Millás o de Suso De Toro, o los implantes de silicona en tetas masculinas, creo que no hay nada tan terrible como escuchar a Raúl, a María Teresa Campos, a José Manuel Parada, a Aída o a Jaime Peñafiel hablar de sí mismos en tercera persona. O lo que sean.

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