Bulocracia

Un millón de chivatos a cambio de una silla de ruedas por Navidad

La verdad es que si uno observa la Navidad, es todo carne de Bulocracia. Sin ir más lejos, Papá Noel en sí mismo, el laico de la Navidad. De hecho, va de rojo y se pasará esta noche por tu casa y la de otros miles de millones de personas de todo el mundo con sus renos silenciosos y sus regalos de madera hechos a mano, que luego pueden ser un iPod y la PS4 en los mejores casos; pero al menos ya dijimos aquí, ahora hace un año, que ni lo creo Coca-Cola ni viste exactamente de rojo por esa marca.

Pero bueno, al fin y al cabo Papá Noel es algo muy comercial. Y laico, como todo lo comercial. O casi todo. Si entramos ya en lo divino, la cosa se desboca con la Virgen María a punto de dar a luz, ese pedazo de Espíritu Santo; José, que efectivamente era un santo; el niño Jesús, los Reyes Magos de Oriente sin rasgos orientales, los camellos y demás. Aunque a estas cosas se les llama "misterios" y no hay más que hablar.

La Navidad hace mucha ilusión de niños y se va diluyendo con los años a dosis de realidad, sobre todo cuando falta público en torno a la mesa. Pero no nos pongamos tristes "en estas fechas tan señaladas".

Todo esto viene porque uno de los recuerdos de mi infancia, en la que el Spectrum era la máxima expresión de la tecnología e Internet no se vislumbraba ni como ciencia ficción, es que al llegar la Navidad alguna mente privilegiada podía canjear por fin, no se sabe dónde, el montón de chivatos -el plástico que recubre los paquetes de tabaco, al menos en Madrid-, que había recogido durante todo el año del suelo. Reuniendo un millón de ellos, que decían que pesaban un kilo exacto, no se ganaba un duro, pero le regalaban a no sé quién una silla de ruedas.

Nadie lograba recolectar más de cien, como muchísimo, pero el amigo de un amigo sí. Daba igual, porque esta iniciativa tan rara normalmente no se la atribuía nadie, era una cosa así como por ley y todos se la creían, aunque otras veces, después, sí que se mencionaba que era tal marca la que lo ponía en marcha.

Lo que sí es seguro es que cuando llegaban los 80 había cientos de miles de recolectores baldíos de cosas: niños, adolescestes, jóvenes, clases escolares enteras incluso, madres, padres, abuelas y abuelos. Y jamás en la vida fue cierto nada. Ni había promociones al respecto ni se las esperaba, ni sillas de ruedas como premio, y por tanto tampoco había sitios donde canjear tales colecciones ni servía para nada ir aumentándolas. Pasado un tiempo acababan todas en la basura.

Eran patrañas del 23 en tiempos en que estas cosas se compartían exclusivamente por el boca a boca y era casi imposible comprobarlas. No como ahora, que se producen falacias similares por docenas mucho más rápido y se divulgan en masa, pero se desmienten igual de rápido poco después.

También se hablaba hace décadas de recolectar solapas de Winston o de los hilos de apertura de los paquetes del tabaco. Eso era otro clásico y había que reunir un kilo, casi nada. Pasaba algo parecido con reunir los aros de aluminio que abren las latas de bebidas, que yo siempre pensé que por qué solo el aro y no toda la lata, si son del mismo material. Pero yo siempre fui un aventajado.

Un millón de bolis Bic

Más accesible parecía recolectar mil tapones de plástico para obtener otra silla de ruedas, aunque jamás hubo un sitio donde canjearlos, como tampoco hubo lugar alguno para cambiar el kilo de chivatos ni nadie que lograra reunirlo. Como otra aspiración insólita, el millón de bolis Bic montados a mano.

La leyenda urbana -como se llamaban entonces los bulos- del boli Bic decía que la marca te daba las diferentes piezas, que eran cuatro: el canuto, el tubo de tinta con la mina, la capucha y el taponcillo del final, y tú montabas un millón de bolis y te daban un millón de pesetas. Acojonante. Y falso.

Pero se lo creía todo el mundo, y daba fe de ello siempre, de nuevo, al amigo de un amigo, como ocurría con la leyenda urbana de la mujer blanca que daba a luz a un niño negro, ante la atonía de su marido y familia, porque "se le fue la olla" con un boy durante su despedida de soltera. Similar a esto de la embarazada del boy negro hay de años después otra versión ya de Internet con un boy enano.

En el caso de los chivatos, en el de la producción manual de bolis Bic a peseta y en todas las leyendas urbanas similares de antaño, ese amigo de un amigo había triunfado y por eso inspiraba confianza, porque ya había conseguido seis o siete sillas de ruedas y otros tantos millones de pesetas.

Feliz Navidad.

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