Que se sirven de todos nosotros para espiar gracias a algunas aplicaciones que nos descargamos es ya una evidencia. Más después de que la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) investigara de oficio los verdaderos objetivos de la app móvil de LaLiga, una entidad que vende un producto que presume de ser la mejor competición local de clubes de fútbol del planeta y cuya repercusión en enorme en España y en el resto del mundo.
Esta app futbolera pide permiso a sus usuarios para activar la geolocalización y el modo micrófono, y así es posible, entre otras cosas, detectar dónde se presencian los partidos y sancionar a los propietarios de los establecimientos que ofrecen el fútbol de manera fraudulenta.
Se supone que la AEDP ha querido comprobar que LaLiga espía en los bares y ésta ha admitido esas intromisiones en la intimidad de miles de personas, aunque se ha justificado con un comunicado en el que asegura que los piratas causan unas "pérdidas de 150 millones de euros para el fútbol español", y por ello este organismo tiene la responsabilidad de "proteger a los clubes y a sus aficionados de posibles fraudes en la emisión de partidos por parte de determinados establecimientos públicos".
LaLiga utiliza a los usuarios de su app "bajo consentimiento" y no les parece raro hacerlo. Pero ésta y otras aplicaciones, lejos de resultar útiles, pueden reventar los móviles con sus datos de descarga y, sobre todo, son una excusa para usar a su antojo datos personales de sus usuarios.
Es una "conspiración internacional de los gobiernos del mundo" y se supone que ese aparatillo que esconden las baterías Samsung es el micrófomo espía. Pero realmente es un chip de proximidad NFC que no graba nada, posibilita compartir información simplemente acercando el móvil a un lector 'tap and pay'.
Lo cierto es que se supone que los gobiernos y las empresas de todo el mundo se esmeran en velar por la seguridad de sus usuarios, pero luego resulta que cada cierto tiempo se hace pública la filtración de datos a diestro y siniestro, con Facebook a la cabeza. Y esto nos lleva una vez más a la vieja conclusión de que para salvaguardar por completo los datos, lo mejor es no ofrecerlos.
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