Buzón de Voz

Ojalá algún día Obama merezca el Nobel

Siempre he sostenido mi asombro ante las enormes coincidencias entre la trama de El Ala Oeste de la Casa Blanca y el fenómeno Obama. Como uno cree cada vez menos en la casualidad, sospecho desde hace tiempo que fueron los inteligentísimos asesores de Barack Obama quienes copiaron a los inteligentísimos guionistas de la mejor serie política de la historia de la televisión. Lo contrario no pudo ser, porque los episodios en los que el fabuloso presidente Bartlet daba paso al primer presidente hispano (en lugar de negro) de Estados Unidos se rodaron antes de que Obama iniciara su carrera por la presidencia.

Se diría que la Fundación Nobel ha querido completar la conexión entre la presunta "revolución Obama" y El Ala Oeste. Lo único que le faltaba a Obama era tener un Premio Nobel. Bartlet, el de la ficción, era ya Nobel de Economía antes de ocupar la Casa Blanca. Obama ya tiene el de la Paz, cuando ni siquiera ha cumplido un año de presidencia.

Decisión disparatada

Más allá de las casualidades y el marketing televisivo e internauta, la concesión de este premio a Obama es disparatada. Uno admira a este individuo, capaz de emocionar e ilusionar a un pueblo en los momentos más graves desde la Segunda Guerra Mundial. Uno admira a Obama aunque sólo fuera por ser capaz de escribir "Los sueños de mi padre" y "La audacia de la esperanza" (siempre confiando, claro, en que no tenga un 'negro' que los escriba). Uno admira a Obama por sus discursos, siendo consciente de que el mayor mérito es de su equipo de redacción de discursos (como le ocurre a Bartlet en El Ala Oeste).

Ahora bien, no hay precedente de un Nobel de la Paz adjudicado a nadie por sus discursos. Como mucho, se ha concedido algún Nobel de la Paz por ciertos gestos, a veces dignos de mejor causa (lo recibió Kissinger, uno de los individuos que más golpes de Estado ha sugerido en el mundo). Hasta el momento Obama ha anunciado intenciones que para cualquier progresista resultan fantásticas: desde el desarme nuclear a la salida de Irak, el fomento del multilateralismo, la defensa de los derechos humanos, etc. Pero son anuncios. De hecho, el prometido cierre de la cárcel de Guantánamo aún no se ha producido. Y la instalación de bases militares en Colombia no casa muy bien con los merecimientos de un Nobel de la Paz.

En resumen. Si los Nobel premiaran una labor ejecutada y probada, hay bastantes nombres que merecen el de la Paz muy por delante de Obama. De modo que el único deseo que ahora podemos tener es que Obama, algún día, merezca de verdad el premio que hoy le ha regalado sin mayor fundamento el Comité Nobel noruego.

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