Buzón de Voz

La tercera España

A Juan Duarte Martín, seminarista, 24 años recién cumplidos, el golpe militar del 18 de julio de 1936 le pilló de vacaciones en la casa familiar de Yunquera (Málaga). Un grupo de milicianos lo secuestró durante horas. Más tarde, en compañía de otros jóvenes supuestamente fascistas arrancados de sus casas, fue obligado a subir a una camioneta que emprendió el camino hacia el municipio cercano de Álora. Los demás ni siquiera llegaron. Uno a uno, fueron ejecutados en el trayecto. Juan tuvo peor suerte. Durante semanas sufrió torturas y vejaciones hasta la castración. El 15 de noviembre lo subieron a un borrico y lo pasearon hasta un paraje conocido como Arroyo Bujía, donde finalmente fue asesinado, quizás por orden de un dirigente socialista local. "Ya lo veo, ya lo estoy viendo" fueron sus últimas palabras.

A Juan Rodríguez Lozano, capitán del Ejército republicano, 42 años, la insurrección que dio lugar a la Guerra Civil le sorprendió en el Regimiento de Infantería número 36, en León. En vísperas del golpe, para evitar un baño de sangre, se negó a facilitar armas al pueblo, como reiteradamente solicitaban las organizaciones del Frente Popular. El mismo 18 de julio recibió la orden de actuar de enlace entre los gobiernos civil y militar. Dos días después, las fuerzas nacionales acorralan y detienen a las principales autoridades locales. El capitán Lozano es encerrado en el Hostal de San Marcos, reconvertido en campo de concentración. Tras una pantomima de consejo de guerra sumarísimo, Juan Rodríguez Lozano fue fusilado el 18 de agosto en el polígono de tiro de Puente Castro, a la salida de la capital leonesa hacia Valladolid.

Los nietos

Juan Duarte Martín era tío-abuelo de José Andrés Torres Mora, sociólogo, diputado socialista y actual ponente de la Ley de Memoria Histórica. El capitán Lozano era el abuelo paterno de José Luis Rodríguez Zapatero. El domingo pasado, José Bono desveló en las páginas de Público el parentesco de Torres Mora con uno de los 498 religiosos que el próximo 28 de octubre serán beatificados en Roma como mártires del siglo XX. El diputado malagueño, nacido también en Yunquera, ha confirmado que asistirá a la ceremonia en compañía de otros familiares, con posiciones ideológicas distintas, "para honrar a la gente que muere por sus ideas, no a la gente que mata por ellas".

Ni el presidente del Gobierno ni Torres Mora son ejemplos significativos de los desgarros provocados por la guerra civil. Se cuentan por millares los nietos de asesinados por uno u otro bando que han venido escuchando desde niños las desventuras provocadas por aquella barbarie. Incluso dentro de las propias familias, el miedo y la sinrazón instalaron en los hogares el mismo enfrentamiento
desatado a escala nacional. Al margen de sus actuales cargos políticos, Zapatero y Torres Mora son simples muestras de una generación que ha heredado los recuerdos y la capacidad de perdonar, no el odio hacia el vecino.

Los árboles genealógicos de tantos españoles de esa misma generación ponen en entredicho la solidez de las durísimas críticas lanzadas desde la derecha sobre el proyecto de recuperación de la memoria histórica. Se dice que su pretensión es reabrir las heridas de la Guerra Civil, desenterrar a los muertos, resucitar las dos Españas machadianas y enterrar el espíritu de concordia de la transición democrática. Quienes rozan los  40 ó los 50  años pueden tener la sensación de que les hablan de otro país, de otra galaxia. Hay una tercera España, mestiza, la que permite compartir posiciones ideológicas o discrepar; la que admite en un mismo listado a los nietos de fusilados por los dos bandos; la que considera que es imposible olvidar aquello que previamente no se ha recordado; la que cree injusto que sólo los vencedores hayan recibido honores y gracias; la que, en el fondo, sabe que todos salimos perdiendo de aquella carnicería.

La Ley de Memoria no es un proyecto planteado en origen por el Gobierno, sino por partidos de izquierda en el Parlamento. En su tortuoso camino, ha ido incluyendo matices y variaciones con el objetivo de servir de encuentro a la mayoría, a costa de dejar apeado por el camino a alguno de sus promotores, como Esquerra Republicana de Catalunya. Es una ley que incluye más conceptos que disposiciones ejecutivas. Trata de recoger derechos, no obligaciones, hasta el punto que resulta más que dudoso que los símbolos y placas de contenido franquista lleguen a ser retirados de edificios, calles, iglesias y cementerios. Esa posibilidad queda en manos de otras administraciones. Apoya el derecho de una familia a honrar a sus muertos, enterrados en fosas comunes o en las cunetas. No obliga a hacerlo.

La hipocresía

La Iglesia se ha echado a los púlpitos para denunciar este "revisionismo", esta "obsesión por abrir heridas ya cicatrizadas". Cuesta mucho entender la hipocresía de quienes rinden homenaje a centenares de mártires de su Cruzada y niegan el pan, la sal y el simple recuerdo a las víctimas del otro bando. Nadie ha propuesto una ley que exija enjuiciar a quienes, amparados en la dictadura, robaron la vida y las propiedades de los vencidos. No se ha escuchado un solo grito que clame venganza. ¿Por qué molesta tanto una reparación honorífica, una justicia en la que no existen acusados? ¿Cuál sería la reacción de dirigentes como Mayor Oreja si alguien se pusiera a hurgar en la "extraordinaria placidez" en la que muchos vivieron durante el franquismo?
Esta generación de la tercera España asistió a la muerte de Franco desde la pasión de la adolescencia o de la primera juventud. Vivió la reconciliación de finales de los años setenta guiada por la madurez de unos políticos que actuaron con la prioridad de evitar pasos atrás. Con el aliento en la nuca de los herederos militares y civiles del franquismo. Consciente de que muchos problemas admitían en aquel momento más parches que soluciones. Es una lástima que algunos actúen más como herederos ideológicos de Fraga que de Adolfo Suárez.

El PP ha dado su apoyo a algunos artículos de la Ley de Memoria, y no se descarta que haya avances por esamisma senda. Sería una muestra de sensatez, pero sobre todo de realismo. Todos somos hijos o nietos de las dos Españas. De Duartes y Lozanos.

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