Buzón de Voz

Habla la sombra, calla el líder

A los pocos meses de llegar José María Aznar al poder, el añorado talento de Manuel Vázquez Montalbán tuvo la deliciosa osadía de ejercer puntualmente de consejero del flamante presidente del Gobierno. "Acéptese a sí mismo –le dijo– y descubra que no hay que ir por ahí con gesticulación postiza, sino plantarse tal como es: un antipático peligroso. Conozco el paño porque yo he sido antipático casi toda mi vida y no es que haya mejorado con la edad, sino que he llegado a la conclusión de que los demás no se merecen la sinceridad de mi antipatía. De todo aquel que me considera simpático me apunto el nombre y un día u otro lo pagará muy caro". Por si no hubiera derrochado suficientes signos con anterioridad, Aznar ha dejado clarísimo en la última semana que, consciente o inconscientemente, sigue sólo a medias el consejo montalbaniano. Le importa un bledo si cae bien o mal, o si lo que dice beneficia o perjudica al Estado, a la justicia, al Partido Popular, al Real Madrid o al bien común. Pero le faltan la ironía y la humildad necesarias para no castigar al prójimo con su prepotencia.

No cabe sorprenderse. Se trata del mismo Aznar que, el 20 de mayo de 1997, declaró a The Wall Street Journal: "Yo soy el milagro". Maldita la gracia que le debió de hacer a su entonces íntimo Rodrigo Rato. El mismo Aznar que en 2000, una vez finiquitados sus pactos con nacionalistas catalanes y vascos, proclamaba: "A mí no me gobierna nadie". El mismo que, el 5 de julio de 2002, contó ufano: "Yo también puse los pies encima de la mesa y le respondí a Bush: ‘Yo hago diez kilómetros en 5 minutos y 20 segundos’; es la primera vez que superamos a Estados Unidos en algo". El mismo lector de poesía, admirador del tan cursi como imprescindible "If" de Rudyard Kipling cuando escribe: "Si puedes arrinconar todas tus victorias / y arriesgarlas por un golpe de suerte, / y perder, y empezar de nuevo desde el principio / y nunca decir nada de lo que has perdido". Aquí resuenan los días del 11 al 14 de marzo de 2004. Y ahora, conocida la sentencia y los hechos probados, Aznar se pasa la verdad por el arco del triunfo y sostiene lo que sostuvo.Impasible el ademán.

Daños colaterales

Si sólo se tratase de orgullo, prepotencia, falta de escrúpulos o simple iluminación, bastaría con un análisis psicológico del personaje. Y encontraríamos puntos comunes que, al margen de la biografía concreta, tienen mucho que ver con la erótica del poder, el síndrome de La Moncloa y otros males a los que no escapan pacientes de ideología diversa. Pero este caso concreto contiene aristas políticas mucho más afiladas. Existen muy pocas opciones que expliquen las barbaridades que públicamente mantiene el ex presidente del Gobierno:

    A) La dirección del PP transmite fuera de focos que ha decidido "pasar la página del 11-M" y alejarse de las teorías de la conspiración. Si no es "estrictamente necesario", ya ni siquiera añaden la inmoral muletilla del "apoyo a cualquier otra investigación", fórmula nada disimulada de despreciar la sentencia. Aznar, en esta hipótesis, va obviamente por libre y hace caso omiso a la estrategia del partido.
    B) La posición oficial que transmite la dirección del PP es falsa y en realidad cree que le interesa que Aznar y algunos otros pesos pesados mantengan encendida la mecha de las dudas  sobre los atentados hasta las elecciones de marzo. Bien por cálculos electorales ciertamente enrevesados o bien por contentar o contener a los popes mediáticos que no piensan rectificar ni abandonar la montaña de falacias acumuladas en estos tres años y siete meses.

Cualquiera de las dos opciones tiene, además de múltiples objeciones éticas, una consecuencia letal para el futuro político de Mariano Rajoy. Por enésima vez, las apariencias le muestran como el sucesor nombrado a dedo por un padrino que sigue manejando los hilos. Ni se ha atrevido a desautorizar las palabras de Aznar sobre la sentencia, ni tampoco ha expresado una opinión diferente que deje al Presidente de Honor fuera del terreno de juego.

Todas las encuestas siguen reflejando un suelo firme en las expectativas electorales del PP y una debilidad fundamental: la valoración del liderazgo de Mariano Rajoy, la más baja que ha obtenido cualquier Jefe de la Oposición en los treinta años de democracia. No disimula que está donde está "porque tocó", que no es un killer de la política como su antecesor o como algunos que le rodean, desde el ambicioso Alberto Ruiz-Gallardón a la autoproclamada "lideresa" Esperanza Aguirre. Pero quizás se va acercando la hora de saber si Rajoy está más interesado en ganar o en perder. Quizás la duda ofende, pero la ofensa no resuelve la incógnita.

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