Buzón de Voz

Don Fernando y la política

Que nosotros sepamos, lo más cerca que estuvo Fernando Fernán-Gómez de la militancia política fue allá por los años cincuenta. Una tarde de humareda espesa y vapores etílicos, en torno a una mesa del Café Gijón, Luis García Berlanga y él decidieron fundar el Partido Burgués Anarquista Independiente. Dos semanas después lo disolvieron, porque "se estaba apuntando demasiada gente". Nos atrevemos a asegurar que la disolución no fue consecuencia del muy comprensible miedo que este par de locos maravillosos pudieran sentir en plena dictadura ante la probabilidad de acabar entre rejas. Ni tampoco por seguir la conocida máxima de Groucho Marx sobre la pertenencia a un club al que alguien más se apuntase. No. Como contaba su íntimo amigo el polifacético cómico Perico Beltrán, don Fernando tenía un imán especial para atraer a los mayores pelmazos de Madrid. Por más paciencia que derrochara, era inevitable que terminara enviando "a la mierda" a cualquiera de esos individuos o señoras que no entienden otro mensaje. Imagínense al galán pelirrojo soportando a los candidatos ácratas (y aspirantes a burgueses) en la clandestinidad.

Amó, leyó, bebió, fumó, escuchó y trasnochó tanto que pocos intelectuales españoles del último siglo han conocido y retratado mejor el alma humana o la inescrutable sencillez de lo cotidiano. Nunca dejó de interesarle la política, aunque nos quedamos con la  curiosidad de saber si le indignaba o le provocaba risa la sorprendente crispación de los últimos tres años. En 2003 puso su voz tronante al servicio de una causa justa: el "No a la guerra" que andando el tiempo acabaría llevando al PP a la oposición y a Zapatero a La Moncloa.

A las pocas horas de su muerte, derecha e izquierda se han deshecho en elogios seguramente sinceros y emocionados. Su nombre se grabará en calles, teatros e institutos. Pero apostamos a que desde un lado y desde el otro habrían preferido que no fuera la  bandera anarquista la que envolviera el féretro sobre el escenario del Teatro Español y hasta el mismísimo horno crematorio.

Los "filopolíticos"

Hace ya unos cuantos años que Fernán-Gómez dejó escritas algunas reflexiones que vienen muy a cuento sobre la cosa política. Para empezar, explicaba que él se había retirado de la política –"a la que había llegado simplemente en la condición de ‘hombre que se preocupa’"– cuando alguien "mucho más entendido en la materia" le convenció de que el objeto de la política "no es conseguir o aumentar la felicidad del individuo". Y don Fernando sentencia: "a mí, todo lo que no tiende a ese fin me tiene sin cuidado". Más tarde volvió a interesarse "como espectador". Y ya entonces –finales de los años ochenta– observaba que estaban surgiendo entre los españoles unos "aficionados a la política" como podrían serlo al baloncesto, a la ópera, a la pornografía, que "no representan al pueblo, sino que son filopolíticos como podrían ser filatélicos. Y que se apuntan a unas siglas o a otras para asistir a mítines, a fiestas, para corear canciones, para reunir
pegatinas".

Nos quedamos con las ganas de saber si a don Fernando le parecería  inmoral que un partido político utilice la política antiterrorista para hacer oposición. Por sus actos y escritos, sospechamos que sí. Que le resultaría insultante que hoy se convoque (por séptima vez en la legislatura con menor número de víctimas del terrorismo) "a los ciudadanos de bien" a manifestarse "por la derrota de ETA". Como si quienes no acudan a la marcha no puedan ser considerados "ciudadanos de bien". Como si los grupos ultraderechistas que jamás pierden la oportunidad de mostrar las banderas preconstitucionales tuvieran mayores deseos de derrotar a ETA que el resto de los mortales. Como si ellos sintieran más profundamente el dolor de las víctimas que la inmensa mayoría de los españoles, al margen de su ideología.

Hoy no caminarán tras la pancarta de la AVT ni Rajoy ni Aznar ni Gallardón. Pero sí lo hará la mayoría de la cúpula del PP, por mucho que, en privado, algunos reconozcan que esta convocatoria no es "oportuna" a cuatro meses de las elecciones y en plena curva hacia el centro.
Se quejaba irónicamente Fernán-Gómez de algún privilegio del que disfruta la clase política. Por ejemplo, la seguridad en el empleo. "Si ganan –escribía– estarán en el poder. Si pierden, estarán en la oposición. Pero estarán en la oposición con la frente muy alta, ejerciendo su profesión, viviendo de ella". Efectivamente, aunque para ello haya que utilizar métodos y argumentos que sólo pueden satisfacer precisamente a quienes no creen en la política ni mucho menos en la democracia.

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