Buzón de Voz

Otra vez las peras y las manzanas

El más genuino ejemplo de las toneladas de caspa sexista que han asomado con motivo de los nombramientos de las nuevas ministras lo protagoniza (¿curiosamente?) una mujer. «Las mujeres están muy bien siempre que sean las mejores. Yo no creo en las cuotas, así que las nuevas ministras tendrán que demostrar ahora que son las mejores». Ana Botella dixit. La autoridad sexista de Ana Botella es indiscutible desde que hizo pública su profunda reflexión filosófico-matemática sobre los matrimonios homosexuales: «Si se suman dos manzanas, pues da dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta». Ana Botella suelta por la boca esa empanada mental que no distingue de géneros ni de ideologías políticas y que, desgraciadamente, sigue instalada en el menú sociológico español. Si un hombre llega a ministro de Defensa, nadie se cuestiona si lo hará bien, mal o regular por el hecho de ser hombre. Se analizará su currículum, su capacidad de diálogo, su carácter firme o blando, sus discursos o sus silencios. Pero una mujer, cuidado, «tendrá que demostrar que es la mejor». Es decir, sin conceder siquiera los cien días tradicionales de confianza, se da por hecho que parte en inferioridad de condiciones.

Vergüenza ajena

Esta mentalidad es mucho más peligrosa que la que expresan esa panda de columnistas y oradores que sacaron del armario el hacha machista a las tres horas de los nombramientos. Los que hablan de «la ministra del bombo» o de «la flamenquita» se creen muy graciosos, cuando realmente dan grima. Uno se pregunta si sus propias parejas no sentirán vergüenza ajena al tener que leer y escuchar tales ocurrencias. Por si acaso, conviene recordar a esas parejas (sean manzanas o peras, vaya usted a saber) la existencia del teléfono 016, útil también cuando se producen malos tratos psicológicos.

Basta echar un vistazo a la prensa internacional para darse cuenta de la trascendencia que puede alcanzar el paso decidido por Zapatero. Se podrán hacer mil críticas muy pronto de la capacidad política y gestora de cada miembro del Gobierno, pero no tiene duda que el hecho de que haya más mujeres que hombres en el Ejecutivo supone uno de los mayores avances hacia la modernidad que se han producido en treinta años de democracia. El británico The Independent recuerda que, hace poco más de tres décadas, las mujeres en España no podían abrir una cuenta bancaria, solicitar el pasaporte o firmar un contrato sin permiso del marido. Con Franco, incluso bastantes años después, la opción de que una mujer sirviera en el Ejército ni se planteaba. Medios conservadores alemanes han editorializado esta semana con la imagen de Carme Chacón pasando revista a las tropas: «Un gran día para España y para la lucha contra una sociedad de hombres». En política, como en la vida misma, las palabras y los gestos no son simple ruido. Tienen unas consecuencias reales, palpables, capaces de provocar un efecto mariposa que contribuye a cambiar la sociedad.

Es una obviedad estadística que España se divide casi al 50% entre mujeres y hombres, como lo es que las mujeres no ocupan ni de lejos esa proporción en los puestos de poder público y privado. Hay quienes rechazan (como Ana Botella y buena parte de la derecha) las cuotas como herramienta de discriminación positiva que impulse más rápidamente el deseable equilibrio, pero no proponen una alternativa mejor para alcanzar un objetivo tan justo. Hay quienes plantean otro debate, más allá del basado en el puro censo demográfico. El prestigioso filósofo Daniel
Innerarity considera que cuando las mujeres «hacen política de mujeres, desarrollando unos supuestos atributos de la feminidad (cercanía, humanidad, sensibilidad hacia lo particular...) contribuyen involuntariamente a que se las expulse del espacio público». En su opinión, una vez que las mujeres alcanzan el poder, no conseguirán la renovación de la política porque hagan una política «femenina» sino porque »ejerzan la equidad efectiva». Interesante debate, en el que otros sociólogos argumentan lo contrario, la necesidad de una feminización de la política con una nueva cultura de valores y códigos propios del feminismo político.

Carme Chacón, Bibiana Aido, Cristina Garmendia o Beatriz Corredor tienen, como tantas otras mujeres, la oportunidad de demostrar cuál de esas opciones es más positiva para lo que más importa y para lo que se les paga: el bienestar de los ciudadanos. Si son o no las mejores nos debe preocupar lo mismo que si sus colegas varones son o no imbéciles.

Más Noticias