Buzón de Voz

La escopeta nacional (IV)

Los negocios inmobiliarios y los nombramientos ministeriales se decidían antiguamente en las cacerías. Desde hace ya unos cuantos años, la escopeta nacional retratada por Berlanga se ha trasladado a los palcos vip de los grandes estadios de fútbol. El pasado miércoles, en el Santiago Bernabéu, Manuel Cobo, número dos y eterna mano derecha de Alberto Ruiz-Gallardón, se pasó los primeros 45 minutos del Real Madrid-Barça mojándole la oreja a José María Aznar, en presencia de Ana Botella, compañera de Cobo en el Ayuntamiento madrileño. Cuesta creer que sólo comentaran las jugadas merengues. Llegado el descanso, la costumbre de los vip es pasar al antepalco y disfrutar de canapés, vinos y cavas en los variados corrillos. Por allí andaban Esperanza Aguirre, varios ministros, unos cuantos diputados, el rey del ladrillo Luis del Rivero, Florentino Pérez y un Marichalar cualquiera. Sin embargo, el matrimonio Aznar, Manuel Cobo y Ruiz-Gallardón hicieron un aparte a solas de un cuarto de hora para seguir con la cháchara. Como Aznar dice que ya no está en la política y Rajoy asegura que sabe lo que hace, todos "tranquilos, majetes, en el sillón".

Entre las seis y las ocho de la mañana, todos los días sin fallar uno desde las últimas elecciones, Federico Jiménez Losantos –otro asiduo del palco del Bernabéu– le dice a Rajoy de todo menos bonito. Parece Risto Mejide intentando hacer llorar a una de las chicas de Operación Triunfo. El presidente del PP no tiene más remedio que combinar audiciones tan amables con la lectura de editoriales inmisericordes en la prensa supuestamente amiga. Un marianista confeso reconoce que, aunque sólo fuera por esa fortísima presión mediática, el camino que Mariano Rajoy tiene por delante es más bien un calvario. Pero en la sede nacional de la calle Génova no se engañan. El problema verdadero es el que afrontan dentro del partido, no en su entorno mediático. El PP está hecho unos zorros, y si uno recorre los restaurantes cercanos a Génova o a la Carrera de San Jerónimo lo mismo se encuentra una mesa de marianistas que un reservado de aguirristas o un conciliábulo de aznaristas, todos ellos rumiando una crisis cuyo desenlace nadie ve cercano.

Para qué contar lo del palco del Bernabéu. La situación recuerda mucho a los tiempos de la UCD, cuando suaristas, liberales, democristianos y socialdemócratas hilvanaban cada noche por separado los planes para rajar a sus socios a la mañana siguiente. La derecha democrática española siempre ha formado partidos de aluvión, con ideologías y liderazgos diferenciados y un solo objetivo común: conseguir el poder. Tras la hecatombe de 1982, anduvieron más de diez años en busca de la denominada mayoría natural, hasta que se convencieron de lo que sostenía desde siempre el recién fallecido Leopoldo Calvo Sotelo: "No hay mayoría, natural o artificial, ni un milímetro más a la derecha de UCD".

¿Y la credibilidad?

Ahora, Rajoy y quienes le han empujado para que siga parecen haber recuperado la misma conclusión: las elecciones sólo se ganan en el centro, arañando votos directamente al PSOE o consiguiendo que muchos votantes de izquierda se queden en casa. Las desviaciones a la derecha pura y dura no suman nada, y sin embargo asustan a cualquier votante sin ideología política firmemente estructurada. Los gurús marianistas sostienen que los votos y escaños ganados en marzo tienen más que ver con el miedo a la crisis económica y a la supuesta invasión de inmigrantes que con todos los disparates que el PP mantuvo durante la última legislatura sobre el 11-M, el proceso de paz o la ruptura de España.

Otra cuestión es si Rajoy tiene credibilidad para encabezar una opción moderada después de cuatro años de exageraciones y mentiras. Pretender ahora que el único responsable de aquella estrategia era Eduardo Zaplana, con la inestimable ayuda de Ángel Acebes, no se lo traga nadie. Ha intentado ya rebajar la presión recordando que hasta 2011 no hay que elegir el candidato a presidente del Gobierno. Sabe que el próximo congreso de junio lo tiene más o menos atado y que luego le espera una travesía plagada de minas.

En pocos meses, el PP tendrá que demostrar que no es un partido ya casi testimonial en el País Vasco; poco después, le espera la convocatoria en su propia tierra, Galicia, donde sólo le vale una mayoría absoluta que no se atisba hoy por hoy en el horizonte; llegarán más tarde las elecciones europeas. Rajoy confía en que Zapatero se equivoque mucho y en que el PP recupera la unidad y la tranquilidad. Y eso es mucho esperar. No le darán tanto margen. Cualquier tropiezo por el camino y Rajoy volverá a su registro de la propiedad. O al palco del Bernabéu.

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