Buzón de Voz

¿Y Aznar qué opina de esto?

¿Y Aznar qué opina de esto?El próximo lunes, José María Aznar tiene una cita pública en el hotel Wellington de Madrid. Aunque se trate del hotel de los toreros y en plena feria de San Isidro, la cita no es taurina. Aznar pronunciará el discurso de inauguración de una jornada organizada por FAES sobre el décimo aniversario del acceso de España al euro. Habrá coloquios y mesas redondas en las que participará buena parte del equipo económico de los Gobiernos del PP, a excepción –curiosamente– del director de aquella orquesta, Rodrigo Rato. Una lástima, porque la expectación se habría multiplicado. El personal sigue esperando un gesto, una palabra, un signo que permita deducir en qué posición exacta se ubican a día de hoy Aznar y Rato respecto a la crisis de la derecha.

Sobre el segundo resulta más difícil conjeturar, pero sobre Aznar caben ya pocas dudas. El caso San Gil, penúltima estación en el calvario del supuesto viaje al centro del PP, ha desvelado una nueva fase de la crisis. No pocos dirigentes han abandonado los circunloquios y se han retratado casi al desnudo. Por las bocas de algunos de ellos ha podido escucharse el eco inconfundible de las posiciones de Aznar. Advierten fuentes de su entorno que el personal ya puede esperar sentado. Que Aznar no dirá palabra sobre la crisis de su partido. Pero, con la misma seguridad, admiten que "el matrimonio está muy enfadado con la forma en que Mariano Rajoy está llevando las cosas". Su querido Jose no lo puede expresar, así que Ana Botella se explaya. Su apoyo rotundo y explícito a María San Gil, antes incluso de conocerse la versión de la dirigente vasca, fue elocuente.

Nombres y principios

Hasta ahora, las críticas internas a Rajoy se centraban casi todas en los nombres. Los de quienes le rodean tras la derrota electoral, los de los caídos Zaplana o Acebes o los que se mantienen en expectativa de destino, como Costa o Pizarro. Hasta el conflicto con Esperanza Aguirre se dibujó como una batalla nominal, más que de contenidos. Pero el caso San Gil abre una nueva fase, porque ha hecho saltar todas las alarmas del aznarismo.

Nos quedamos con las ganas de conocer los cambios que José María Lassalle, miembro del equipo de confianza de Rajoy, pretendía introducir en la ponencia política del partido y que teóricamente han provocado el plante y posterior ultimátum de María San Gil a Rajoy. Y decimos teóricamente porque esos cambios al final no se produjeron, de modo que la ponencia presentada contenía todas las propuestas de la dirigente vasca y la contundencia acostumbrada en la criminalización de los nacionalismos. Llegados a ese punto no resulta fácil explicar ni la indignación de San Gil ni la estrategia de Rajoy, puesto que la primera no puede negar que se ha salido con la suya y el segundo vuelve a demostrar una evidente debilidad en su liderazgo.

Sostiene María San Gil que tuvo que discutir muchísimo con Lassalle sobre el concepto de nación, y que por eso no se fía de las intenciones de Rajoy, por mucho que los papeles reflejen, por ejemplo, el disparate de que "el PNV no está interesado en acabar con ETA". Las reacciones de San Gil, de Ana Botella y, muy especialmente, de Jaime Mayor Oreja, conducen a sospechar que, de algún modo, José María Aznar ha entonado un "¡hasta ahí podíamos llegar!" Ya no se trata de si el portavoz del PP en el Congreso se llama Soraya o se llama Esteban; o de si las primarias son buenas o malas para elegir al candidato del PP a la presidencia del Gobierno. Aznar y sus fieles consideran que Rajoy está jugando con las cosas de comer, con las esencias del perfume del PP. Suponen que el análisis post-electoral de Pedro Arriola aconseja altas dosis de moderación para recuperar votos en Catalunya y en el País Vasco, donde la sangría ha sido permanente desde que Aznar y Mayor Oreja decidieron tratar a los nacionalismos como a los representantes de Lucifer en la Tierra.

Aznar dice que se ha retirado de la política, pero basta repasar sus últimos libros, sobre todo "Cartas a un joven español", para concluir que los negocios no han conseguido curar las dos obsesiones instaladas en su cerebro: el terrorismo y los nacionalismos. Obsesiones con orígenes más lejanos, pero sin duda disparadas hasta rozar lo absurdo en su segunda y última legislatura. Porque es falso que la política radical contra los nacionalismos pertenezca a las esencias del PP. Al menos no figuraba entre las que manejaban Aznar y Rato cuando negociaban con CiU y PNV entre 1996 y el año 2000.

El caso San Gil es una bomba de relojería en el proyecto de Rajoy de construir un PP moderado y dialogante. Ha chocado con "las esencias". Ha topado con Aznar.

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