Buzón de Voz

Las razones de una renuncia

Tendrá que pasar un año para comprobar si José Luis Rodríguez Zapatero ha manejado bien los tiempos, esa cualidad considerada imprescindible en el liderazgo político aunque sólo puntúa a posteriori. Ayer hizo oficial ante el Comité Federal del PSOE su decisión de no repetir como candidato a la Presidencia del Gobierno. Para saber si logra el pregonado propósito de hacer "lo mejor para España y para el partido", habrán de cumplirse al menos dos requisitos estrechamente relacionados: que la recuperación económica se perciba pese al gigantesco paro, y que los socialistas, con un cartel aún sin foto, consigan dar la vuelta a una derrota que todas las encuestas dan por segura en las elecciones generales de 2012. Si alguna de esas dos condiciones fallara, la culpa caería sobre Zapatero. Si el doblete se cumple, podría batir el récord de Adolfo Suárez en velocidad a la que un dirigente político puede pasar de sufrir el mayor de los desprecios a obtener el reconocimiento colectivo.

En uno de los discursos mejor hilados de su carrera, Zapatero resumió la argumentación que sostiene la decisión tomada. Considera ("desde siempre") que dos legislaturas son suficientes en el ejercicio de la presidencia, así que la única incógnita a despejar desde su punto de vista era la fecha del anuncio de retirada. Público y El Mundo desvelaron hace dos semanas que Zapatero tenía previsto comunicarlo ante el Comité Federal del 2 de abril. Sólo dependía de que la Cumbre de la UE el 24 de marzo despejara cualquier sombra de duda sobre la solvencia del euro y de la deuda española pese a la situación de Portugal. La incertidumbre, sin embargo, había vuelto a calar estos días en el entorno del presidente y la cúpula socialista. No tanto por el sorprendente empujón de Emilio Botín y un grupo de empresarios a la tesis de que era mejor retrasar ese anuncio hasta 2012, sino más bien porque la tensión interna generada por el proceso sucesorio pudiera lastrar las ya menguadas posibilidades electorales del PSOE en los comicios del 22 de mayo. Zapatero confía más bien en los análisis demoscópicos que contradicen los miedos de los barones: el resultado en las autonómicas y municipales no se verá apenas afectado por su anuncio de retirada.

Cree también que la "estabilidad política" necesaria para la recuperación de la economía no depende de la sucesión en el cartel del PSOE sino de que él agote la legislatura al frente del Ejecutivo desarrollando las reformas y aplicando los ajustes que inició en mayo pasado. Acertada o equivocadamente, tal argumento responde a la concepción presidencialista que Zapatero ha practicado en la acción de Gobierno. Desde ayer con más nitidez (si es que hacía falta), asume personalmente el profundo desgaste que el giro en la política económica supone en una parte importante del electorado socialista.

Zapatero dejó muy claro que garantizará desde la secretaría general un proceso de primarias no condicionado por las urgencias electorales, como algunos pretendían hasta hace muy poco tiempo al intentar despejar la sucesión antes del 22-M. La esencia misma de ese ejercicio de democracia interna que otras formaciones deberían imitar habría quedado muy tocada si ayer se hubiera forzado la proclamación de Rubalcaba. Queda la duda de si el calendario decidido ayuda o no a sacar el debate sucesorio de la próxima campaña electoral. Dependerá sobre todo de que los propios dirigentes socialistas renuncien a discutir su futuro cartel hasta junio.
Por lo demás, el Partido Popular y Mariano Rajoy siguen empeñados en negar la realidad. Quizás desorientados, sin propuestas diferenciadas e instalados en la abstención permanente, reclaman elecciones anticipadas. Quieren echar de la política a alguien que ya se ha ido y recuperar la Moncloa por la vía urgente. No vaya a ser que otro cartel del PSOE también derrote a Rajoy.

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