Buzón de Voz

Se llama indecencia

Los guardianes del discurso único siguen exprimiendo al máximo una de las esencias de lo que Naomi Klein bautizó hace años como doctrina del shock: amenazan con un cataclismo y aparecen luego ellos mismos como salvadores, obteniendo en la jugada pingües beneficios. Es exactamente lo que siguen haciendo las agencias de rating o calificación, pese a la demostración empírica de que contribuyeron decisivamente al estallido de la crisis financiera. Algunos de los principales accionistas de esas agencias son fondos de inversión norteamericanos que se dedican a comprar en España (y en todo el mundo) valores previamente castigados por los informes de esas mismas agencias. Por ejemplo, rebajan drásticamente la calificación de la deuda de cajas, bancos o comunidades autónomas y, cuando ese valor es suficientemente barato, sus propios accionistas compran para poder venderlo con suculentos beneficios en el futuro. Esos mismos avispados inversores son especialistas en las llamadas apuestas a corto en la Bolsa española, que consisten en ganar dinero a costa de hundir determinados valores. La consentida autorregulación de esas agencias permite el disparate de que sus ejecutivos puedan tomar decisiones fundamentales sobre bancos y empresas y trabajar de inmediato para ellas sin incompatibilidad alguna. Todo esto se llama indecencia, y bastaría este ejemplo para entender el origen del movimiento de los indignados.

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