Buzón de Voz

Entre Lennon y Serrat

Se llama Philip Falcone. Tiene 45 años, una lesión de rodilla de cuando jugaba al hockey profesional y un cerdo llamado Pickles con el que comparte apartamento en Manhattan. Es uno de los cinco "amos del universo" que han multiplicado en los últimos años sus ya imponentes fortunas a base de manejar hedge funds, fondos de alto riesgo que apuestan por la caída de valores bursátiles ligados a las subprime y a otros productos derivados, opacos y desregulados. Fan declarado de John Lennon, cree en el karma y en la energía positiva y lleva el corte de pelo y las gafas redondas del difunto beattle. Quizás hoy, sábado, 15 de noviembre, Falcone se afeite tarareando a Lennon con alguna pequeña variación: "La vida es aquello que te va sucediendo mientras el G-20 se empeña en hacer planes para otra cosa".

Advertencias o amenazas

Ni Falcone ni los otros cuatro jinetes del apocalipsis (Kenneth Griffin, James Simons, John Paulson y George Soros) parecen excesivamente preocupados por lo que pueda salir esta noche (hora española) del National Building Museum de Washington, donde se reúnen los líderes de las mayores potencias del mundo y de los países emergentes para analizar el origen de la crisis financiera global y establecer los principios comunes que permitan solucionarla y evitar nuevos colapsos en el futuro.

Por si a Zapatero, a Lula, a Gordon Brown o a cualquier otro socialdemócrata se le ocurriera llegar demasiado lejos en sus hipotéticas pretensiones de refundar el capitalismo, Falcone y sus cuatro colegas en el arte de la especulación lanzaron anteayer unas cuantas advertencias que sonaban a amenazas: primero, ellos no son culpables de nada; segundo, que nadie se pase de la raya en la regulación y vigilancia de los mercados financieros porque su negocio corre peligro; y tercero, si su negocio corre peligro, las cosas les irán muy mal a los millones de inversores de todo el mundo que han colocado la pasta en las mismas cestas.

Orgullosos del desastre

Aquí nadie se arrepiente de nada. Pero no ya los magos de las finanzas, sino tampoco los políticos que desde distintos rincones del mundo les facilitaron el suculento ejercicio. En vísperas de la cumbre que hoy se celebra, dos de los tres protagonistas de la vergonzante foto de las Azores, George W. Bush y José María Aznar, han lanzado mensajes dignos de un programa de humor negro. El casi ex presidente de Estados Unidos mostró una intensa emoción al desvelar que se equivocó al proclamar que quería a Bin Laden "vivo o muerto". Se arrepiente de lo dicho, no de lo hecho. Ni de los miles de vidas que han costado sus decisiones de cowboy ni de su entrega absoluta a los principios del neoliberalismo ultraconservador. Bush sostiene que el capitalismo es poco menos que el paraíso y que ni se plantea "reinventarlo". Menos mal que a partir del 20 de enero se dedicará a escribir un libro en el que, sin la menor duda, justificará todos los disparates de su presidencia. Sólo faltaba que las soluciones a la crisis dependieran de este genio.

Aznar, por su parte, ha debido de pensar que la autodefensa de Bush resultaba un poco endeble, así que envió ayer una carta a Le Figaro para defender la "herencia de libertad" que su amigo americano ha "regalado" al mundo.

No hacían falta tales advertencias, pronósticos y golpes de pecho para intuir lo que en realidad importa de la cumbre que hoy se celebra en Washington. Efectivamente, como dice Solbes, uno no se desayuna un café con churros y por la tarde refunda el capitalismo. Lo trascendente de la presencia de España radica exactamente en eso: formar parte del núcleo que a partir de hoy creará grupos de trabajo para concretar nuevas  medidas de regulación del sistema financiero. Las propuestas que Zapatero leerá durante ocho minutos recogen principios generales compartidos con la Unión Europea. No hay un discurso ideológico de defensa de la socialdemocracia frente al neoliberalismo. No considera que sea momento ni lugar. Quizás dentro de cien días, en la siguiente cumbre a la que ya asista Obama, del que también se espera más de lo que podrá dar.

Si hubiera que apostar por un resultado de la cumbre de Washington, sería lo más parecido a aquella canción de Serrat: "Un marco previo que garantice unas premisas mínimas que faciliten crear los resortes que impulsen un punto de partida sólido y capaz, de este a oeste y de sur a norte..."

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