Buzón de Voz

Cuando el monstruo se revuelve

Normal. Cuando uno dedica cuatro años a dar de comer a un monstruo, corre el riesgo de que un buen día el bicho quiera tragarse al amo y a toda su familia. Mariano Rajoy basó su estrategia de oposición en la denuncia de una supuesta alianza o rendición de Zapatero ante las malvadas fuerzas nacionalistas y la mismísima ETA. Apoyó hasta once manifestaciones convocadas por la AVT del inefable Francisco José Alcaraz no contra el terrorismo, sino contra el Gobierno. Jaleado por la radio de los obispos, Rajoy se fue metiendo tanto en el papel que llegó a acusar en el Parlamento a Zapatero de haber "traicionado a los muertos". Protagonizó actos políticos en compañía de símbolos de la resistencia contra el terrorismo como María San Gil o José Antonio Ortega Lara. Recontados los votos del 9-M, Mariano Rajoy parece haber despertado de la negra pesadilla. Ya sea por el afán último de recuperar el poder o porque ha visto la luz de ese sentido común del que tanto presume, el líder menguado del PP se ha percatado de que la estrategia de la exageración y la mentira no le llevan a ninguna parte. Si la derecha quiere volver a la Moncloa, necesita ser percibida en Catalunya y en el País Vasco como una opción moderada y sensata. Los números cantan y el empeño en criminalizar a los nacionalismos sólo se traduce en una sangría de votos que aleja cada día más las posibilidades de desalojar al PSOE del poder.

La ‘traición’

Rajoy y su equipo lanzan el mensaje de conciliación y diálogo y entonces el monstruo se revuelve, estira sus múltiples cabezas y se lía a dentelladas. Tenía razón Pedrojota cuando anteayer advertía desde la Cope que Mariano Rajoy lleva camino de que alguien le repita la acusación de traicionar a los muertos que él dirigió a Zapatero en el primer debate del Estado de la Nación en 2004. Tenía tanta razón que la cosa sonaba a esa escena en la que el asesino recorre la casa de la víctima cuchillo en mano canturreando aquello de "alguien va a matar a alguien". De hecho, Losantos añadió explícito: "Y de traicionar a los vivos". Con un par.

Volvemos a los años de plomo de la última legislatura de José María Aznar: todo aquel que discrepaba de su política antinacionalista o de la implicación de España en el disparate de Irak era tachado de cómplice del terrorismo y de traidor a las víctimas. Sólo que esta vez los acusados están dentro y al frente del PP. A Rajoy le hacen tragar litros y litros del mismo jarabe que Aznar propinaba en aquellas fechas. Incluso Rodrigo Rato, único discrepante de Aznar en algún consejo de ministros, se niega a echar un capote al asaeteado Rajoy. Dice que no tiene nada que hablar con él, y todo el mundo imagina que si Rato quiere apoyar a alguien entre Rajoy, Esperanza, Camps o Gallardón, prefiere a ninguno y animará a Juan Costa, que se crió a sus pechos y ahora se mantiene a la espera de ver quién continúa en pie después de este festival de puñetazos.

La fuga de símbolos del partido como María San Gil o José Antonio Ortega Lara mete al PP en la mayor crisis desde el relevo de Fraga en 1989. Estas renuncias no deben colocarse en el mismo paquete que las de Zaplana o Acebes. Hay una diferencia esencial: Rajoy no quería prescindir de ciertos santos con pedestal, y por eso cedió a las presiones de San Gil y mantuvo su ponencia política pese a no ser la que él quería. A Zaplana y a Acebes, sin embargo, es Rajoy quien les transmite que no va a contar con ellos y por eso hacen las maletas. La renuncia de San Gil y el goteo que puede provocar en el País Vasco abre un frente con el que no contaba Rajoy en su intento de renovación; no al menos en este momento, a pocos meses de unas elecciones en Euskadi a las que el PP acudirá más dividido que nunca. Ya no se trata del alma guipuzcoana contra la alavesa o vizcaína. San Gil abre en el PP el disparatado melón de descubrir quiénes defienden a las víctimas de ETA y quiénes presuntamente miran para otro lado. La derecha mediática convierte a San Gil en heroína de una causa siniestra, porque lleva a suponer que otros dirigentes vascos como Alfonso Alonso o Leopoldo Barreda no se juegan la vida exactamente igual que ella. Como si ETA hubiera excluido alguna vez de sus objetivos criminales a quienes defienden la vía del diálogo para acabar con el terrorismo. Como si Ernest Lluch, por ejemplo, nunca hubiera existido.

Y a río revuelto... Rosa Díez se frota las manos. En sus filas lo mismo caben un eminente filósofo que un Álvaro de Marichalar, así que espera encantada, con los brazos abiertos, a todos aquellos que salgan rebotados. Sin preguntar por posiciones ideológicas o capacidades políticas. Todo es bueno para el convento.

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