La ciencia es la única noticia

El ilustrado abatido

EL ELECTRÓN LIBRE //MANUEL LOZANO LEYVA

*Catedrático de física atómica molecular y nuclear de la Universidad de Sevilla

Hace entre dos y tres siglos, los ilustrados estaban convencidos de que la mayor contribución a la ciencia, al progreso de la humanidad, era acabar con la ignorancia, la superstición y la mentira. Propongo al lector un divertimento: gracias a una artimaña mágica, nos visita uno de esos ilustrados. Nada más contactar con nosotros, por ejemplo, en una playa, se llena de alborozo. Espléndidos (y tripudos) cuerpos al sol, liberalidad en las relaciones, masas de gentes disfrutando del ocio, una maravilla. Ve pasar un avión y el alborozo se transforma en fascinación. Explora poco a poco con delectación el alcance tecnológico al que se ha llegado gracias a las bases científicas que sus contemporáneos asentaron y, simplemente, se siente inmensamente feliz: todos sus principios e ideas eran correctos. Mereció la pena sufrir incomprensión, cuando no cárcel y destierro, por defenderlos, se habían abierto paso y triunfado. Pero, ¡ay!, antes de regresar sonriente a su tiempo, nuestro ilustrado visitante se topa con un kiosco de prensa.

Escudriña con fruición revistas, periódicos y libros. Con las revistas de divulgación científica ahoga un gemido de placer, al ver hasta dónde se ha llegado en genética, astronomía, física, etc. Pero pronto empieza a extrañarse y termina profundamente abatido. La extrañeza se la han provocado los horóscopos de muchos diarios y los contenidos de muchas revistas de esoterismo, ufología y fenómenos paranormales. Al hojear un libro le empieza a temblar en las manos, tras leer algún que otro pasaje. Su autor es un tal J. J. Benítez. Aparta todo aquello y busca afanosamente los diarios. Lee que los obispos advierten con acritud a los representantes del pueblo y que las escuelas están en buena parte regidas por sectas religiosas, a la vez que financiadas por el Estado. Busca apoyo al sentirse desvanecer cuando lee que se mata ciegamente a inocentes en nombre de Alá y se responde matando a otros inocentes, en proporción 20 a 1, en nombre de Dios. Termina desmayándose y desaparece.

¿Qué le ha pasado a la civilización? ¿Cómo pueden coexistir ciencia y democracia con irracionalidad e injusticia? La ciencia nunca hará vaticinios que despejen angustias personales, que creen ilusiones, que consuelen la soledad. No prometerá la curación de males y enfermedades resistentes a la medicina, no nos pondrá en contacto con seres queridos y perdidos, no nos ofrecerá poderes inalcanzables. El ocultismo, por supuesto, no consigue nada de lo prometido, pero tiene la osadía de proponerlo y la credulidad y la necesidad afectiva de infinidad de personas hacen que prospere como una epidemia. ¿Qué más hemos de hacer para mostrar que las maravillas de la ciencia nos pueden abrir un mundo infinitamente más fascinante que la superchería?

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