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Ciencia y democracia

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI

* Escritor y matemático

El pasado día 16 tuve el privilegio de compartir una mesa redonda con mis queridos y admirados compañeros de sección: José María Bermúdez de Castro, Miguel Delibes de Castro, Manuel Lozano Leyva y Juan Varela. El acto, presentado por la directora de las páginas de ciencias, Patricia Fernández de Lis, tuvo lugar en la Casa de la Ciencia de Sevilla y contó con una nutrida y participativa asistencia, que enriqueció el debate con sus comentarios y lo prolongó durante más de dos horas. De los numerosos e interesantes temas que se abordaron, me gustaría destacar uno introducido por Lozano Leyva: la importancia de la formación científica para el desarrollo de la democracia. Lo cual no significa que para ser un buen demócrata haya que saber mucha física, sino que la racionalidad y el antidogmatismo consustanciales al pensamiento científico están en la base misma del proyecto democrático.

No es casual que en la antigua Grecia la democracia y la ciencia (aunque entonces se llamaba filosofía) nacieran y crecieran a la vez, potenciándose mutuamente. Sustraerse al poder hipnótico de los mitos para buscar las respuestas –y las preguntas– en la propia naturaleza fue el primer paso hacia la libertad, que empieza necesariamente por la libertad de pensamiento. Tampoco es casual que la iluminadora llama de la Ilustración prendiera la mecha de la Revolución Francesa y marcara el comienzo de la Edad Contemporánea. Ni que Marx y Engels vieran en la construcción de un socialismo científico la única forma de superar las contradicciones de las propuestas revolucionarias idealistas.

En la actualidad, la ciencia goza de un gran prestigio, y nadie duda de su enorme poder transformador. Y las encuestas dicen que los científicos ocupan el primer lugar en la escala de credibilidad (y los políticos el último, dicho sea de paso). No es poco, pero no basta. La ciencia, al igual que la honradez, tiene que ser algo más que un referente prestigioso: ha de convertirse en una vocación comunitaria, en una aventura colectiva. Al igual que la democracia, la ciencia tiene que ser participativa, y para ello ha de hacerse más atractiva y más accesible. Y conseguirlo no es solo responsabilidad de los docentes, sino también de los científicos: todos debemos ser, en alguna medida y en el mejor sentido de la palabra, divulgadores. Como dijo Martí, solo la cultura nos hace libres. Y sin ciencia no hay verdadera cultura. Y eso ya lo decía Leonardo, poco sospechoso de parcialidad cientificista.

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