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Las pulseras mágicas

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla

Un compañero de oficio me comentó jocosamente que un vecino suyo estaba convencido de haber mejorado su rendimiento en la práctica del golf desde que usaba una pulsera electromagnética. Ambos jugaban juntos desde hacía tiempo y mi amigo guardaba fichas de los resultados. Le demostró a su vecino que, ni mucho menos, los datos demostraban que hubiera habido un cambio significativo desde que lucía semejante adorno. De hecho, me dijo que seguía siendo igual de mal jugador. Le respondí que aquello había sido un craso error, porque en los resultados de un mal jugador pueden influir mucho la suerte y el estado de ánimo. Si la pulsera le hacía sentir eufórico, quizá eso se hubiera reflejado en unos datos de gran aleatoriedad como son los de un mal jugador. Y a ver quién le convencía después de que la pulsera no era efectiva. Mi amigo aceptó el argumento y, ya enfadado, manifestó que le fascinaba que hubiera personas, incluso de cierto nivel cultural, que aún creyeran en patrañas pseudocientíficas y se dejaran estafar tan cándidamente. Porque esas pulseras no sólo cuestan entre 30 y 50 euros, sino que los sinsentidos de sus bien elaborados anuncios publicitarios son de tal calibre que asombra que alguien se los crea.

El electromagnetismo lo produce cargas eléctricas en movimiento, por lo que estamos sometidos a campos eléctricos y magnéticos permanentemente. Los estudios científicos de los efectos sobre la salud de dichos campos son paralelos al desarrollo tecnológico por estar este basado en gran medida en las corrientes eléctricas. De la investigación del electromagnetismo del cuerpo humano se han obtenido inmensas ventajas, piénsese, sin ir más lejos, en los electrocardiogramas o encefalogramas. Desde hace mucho tiempo se controlan y dominan efectos tan sutiles como, por ejemplo, los campos electromagnéticos generados por las células nerviosas.

De pronto surgen unos artilugios mágicos basados en iones negativos (el agua fresca y clara está repleta de ellos), dinamización (o algo así) de la hemoglobina de la sangre por el efecto sobre el hierro que contiene (ignorando lo que es el ferromagnetismo), y un impresionante etcétera de efectos biológicos producidos por un imán pequeñito. Tan milagreras son las pulseras que sorprende que no haya surgido ninguna voz que defienda airadamente su distribución gratuita por parte de la Seguridad Social. Puesto que el estado cuida de nuestra salud de mil maneras con prohibiciones y obligaciones, ¿por qué no nos exige llevar un artilugio que mejora tanto nuestra salud que ahorraría una parte mayúscula del presupuesto sanitario?

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