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Memes y memeces

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI

Por definición, la buena literatura no puede ser conservadora. Si no va –o cuando menos se asoma– más allá de lo establecido, un libro podrá estar bien escrito, pero no puede ser bueno en el buen sentido de la palabra, como diría Machado. En el terreno de la ciencia esto está bastante claro: se puede hacer un artículo de divulgación sin decir nada nuevo (yo mismo lo hago varias veces al mes), pero ninguna editorial o revista especializada publicaría un trabajo científico que no aportara o sugiriera algo distinto de lo ya dicho. En los menos precisos ámbitos de la literatura y el arte, no es tan fácil distinguir las voces de los ecos (siguiendo con Machado), pero tampoco es imposible.
La digitalización masiva de los fondos de las grandes bibliotecas ya está en marcha, y pronto podremos, mediante los oportunos buscadores y metabuscadores especializados en la detección de memes (los equivalentes mentales de los genes propuestos por Richard Dawkins), determinar el grado de "creatividad" u "originalidad" de un texto (las comillas significan que habrá que definir esos términos con mayor precisión).

Dicho de forma más literaria que científica: puede que los escritores-robot aún estén lejos, pero los críticos-robot están a la vuelta de la esquina. Y me atrevería a vaticinar que, con el previsible auge de la "memética", no pocos autores hoy consagrados se vendrán abajo como castillos de naipes, entre ellos bastantes premios Nobel. Como el último, sin ir más lejos. Los tópicos y las memeces envueltos en vistosa palabrería tienen los días contados. (Por si algún lector piensa que descalifico a Vargas Llosa porque es de derechas, aclararé que estoy pensando también en autores –y muy concretamente en premios Nobel– considerados de izquierdas o apreciados por la izquierda, como García Márquez, Hemingway o Saramago, mientras que considero excelentes escritores a algunos literatos tan conservadores, en el sentido convencional del término, como Proust o Chesterton).

Carlos Barral, uno de los más prestigiosos editores de literatura contemporánea en lengua castellana, rechazó Cien años de soledad por considerarla una novela hueca y artificiosa, sin ninguna propuesta ética o filosófica. Creo que los críticos-robot del futuro le darán la razón, como creo que tenían razón, sin proponérselo, quienes llamaron "realismo mágico"  a este tipo de narrativa, puesto que apela más al pensamiento mágico que a la reflexión. Y puede que también tengan razón los lectores que piensen que este no es un artículo de divulgación científica. Pero lo será.


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