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La ciudad más bella

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

Esta columna responde al reto que ayer me lanzó el inefable y querido Carlo Frabetti.
Al llegar al valle cálido y frondoso que con tanto afán habían buscado, los más perspicaces de la gran tribu se sintieron optimistas. Haber abandonado las oscuras, frías y estériles estepas había sido un acierto. El problema era que allí no había cuevas, las cuales, por muy siniestras que fueran, daban cobijo. Habría que construir resguardos con lo que se pudieran afanar usando el ingenio y la perseverancia.

Empezaron siendo chozas precarias mucho menos recias que las tenebrosas grutas, pero eran fruto de la imaginación, la curiosidad y el esfuerzo de los individuos más inquietos que pudieron liberarse del trajín de la supervivencia.
No todos los miembros de la tribu, ni mucho menos, estaban de acuerdo con aquella nueva forma de vivir en chozones irregulares distribuidos aquí y allá. Los chamanes eran los más furibundos enemigos de los laboriosos constructores. Pero la gente empezó a apreciar las ventajas que conllevaba vivir en aquellos productos de la inteligencia y el tesón.
Paulatinamente pero a ritmo creciente, el valle tomó forma de poblado al que empezaron a llamar ciudad. Los constructores hicieron algo muy curioso que muchos no entendían dejándolos atónitos. Buscaban continuamente nuevas formas de casas y se atrevían hasta con edificios enormes. Aplicaban un método común infalible en cuanto a cimentación, techumbre, canalizaciones, paredes... pero cada cual construía innovando continuamente.

El siguiente logro fue añadir la organización al ingenio y la perseverancia. Entonces comenzó la apoteosis de edificios diversos, unos gráciles y otros mastodónticos, de manera que la ciudad se fue engrandeciendo.

Al método de construcción común le llamaron científico y los barrios empezaron a distinguirse y a tomar bonitos nombres. Se llamaban Matemática, Física, Química, Biología, Geología, Arqueología, etc. En cada uno de ellos, las calles estaban formadas por casas y edificios en las que habían colaborado infinidad de trabajadores, en cambio otras, incluidas algunas catedrales, eran obra de un solo maestro constructor por mucho que se hubiera apoyado en los hallazgos de los demás. Se llamaban Teoría de la Relatividad, Evolución de las Especies, Tectónica de Placas y demás. Los chamanes veían con trémula ira y profunda tristeza que la vuelta a las lúgubres cuevas de la superchería y la superstición la estaba haciendo imposible el progreso de aquella bella y sólida ciudad de la que todos se congratulaban.

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