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La sabia olvidada

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla

Hace unos 20 años, en España se puso en marcha un sistema de evaluación de los méritos de los científicos que hoy día es respetado por todos. Consiste en que cada uno, voluntariamente, pone en consideración de una comisión nacional la tarea llevada a cabo durante seis años. La comisión la evalúa y le comunica discretamente al solicitante el resultado. Si es positivo, el aumento de sueldo que conlleva es casi simbólico, por lo que es el prestigio que supone lo que más apreciamos los investigadores.

El resultado de la primera evaluación formó un tremendo revuelo. Me tocó gestionarlo como vicerrector de investigación de mi universidad. El ministerio nos había animado y recomendado a los vicerrectores que aguantáramos el chaparrón como pudiéramos, pero que era importante para el futuro de la ciencia en nuestro país que el sistema se consolidara. Tuve que recibir y tranquilizar a decenas de eminencias locales que según la evaluación no habían hecho nada relevante en sus vidas.

Entre la avalancha, se me presentó una señora algo mayor. Era química y se quejó, de manera muy humilde a diferencia de sus sabios colegas airados, de que no le hubieran reconocido un sexenio de los años sesenta. Antes de empezar mi retahíla consoladora, me mostró unos papeles ajados. Me sentí cada vez más fascinado. Dos eran autorizaciones de su marido para viajar a Madrid a hacer unas medidas en un laboratorio del CSIC y para asistir a un congreso en Alemania. Otros eran las certificaciones de buena conducta por parte de la policía y de que no tenía antecedentes penales. Tímidamente, le pregunté por su marido. Me respondió, emocionada y con pudor, que no había sido académico pero que la había querido mucho y siempre la había apoyado. Por último, me extendió dos separatas de artículos científicos datados en aquel periodo, uno publicado en España y otro en una revista internacional. Le dije que la ayudaría a formular un recurso al ministerio que acompañaría con un informe personal. Se fue muy contenta y esperanzada. No mucho tiempo después, recibí un sobre con la separata de su artículo internacional. En una esquina me dedicaba unas bonitas palabras de gratitud porque le habían reconocido los méritos investigadores de aquel sexenio.

Aquellos años fueron arrolladores para los que tratábamos de poner en pie un sistema de ciencia y tecnología en un país que siempre las había menospreciado. En la vorágine, olvidé pronto a aquella mujer. Por mucho que años después he buscado, no he encontrado la separata ni el más mínimo indicio de su nombre. Cuando escucho que en los tiempos oscuros nadie investigaba, me acuerdo de aquella insigne doctora en Química porque es injusto que esté olvidada.

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