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El blanco de los ojos

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos

Los ojos son el espejo del alma. Una interesante afirmación, que sugiere la transferencia de información compleja desde un sujeto hacia los demás a través de su mirada. Y ciertamente, así es. A diferencia de otros primates, los humanos somos capaces de comunicar gran cantidad de datos a los demás sobre nuestro estado de ánimo gracias al color blanco de nuestra esclerótica. Esta membrana gruesa, formada en su mayor parte por fibras de colágeno, da forma al globo ocular y tiene un color generalmente muy blanco, sobre el que destacan el iris y la pupila.

Somos la especie de primate más social que se conoce y nos valemos de nuestras adaptaciones biológicas para llevar a cabo la comunicación social. El lenguaje complejo es la adaptación más obvia, pero no es menos importante la gran capacidad de expresión facial y en particular la transmisión de información a través de los ojos. El hecho de que la pupila y el iris destaquen claramente sobre la esclerótica facilita esa labor. Se trata, por supuesto, de una hipótesis que los primatólogos tratan de validar con sus experimentaciones. Los chimpancés tienen la esclerótica de color pardo oscuro, y no parecen capaces de transmitir una información tan rica en matices a través de la mirada.

Se discute mucho sobre la fiabilidad de las reconstrucciones de las especies pretéritas de homínidos que realizan los expertos. Los huesos fósiles facilitan esa labor y los mejores en ese campo llevan a cabo un trabajo admirable y muy fiable; sin embargo, se puede debatir sobre la distribución de la pilosidad corporal o el color de la piel. Lo curioso es que de manera sistemática todas las reconstrucciones de los homínidos presentan a los sujetos con la esclerótica de color blanquecino. Así se consigue humanizar la mirada, aún en las especies más antiguas. Por ejemplo, todos pueden encontrar fácilmente en internet la reciente reconstrucción de Ardipithecus ramidus del maestro Jay Matternes. Este hominino puede tener hasta cinco millones de años y nadie puede asegurar que se valiera de esta adaptación para su etología social.

También resulta fascinante la forma en que los expertos en dibujos animados humanizan a los animales de sus películas. Por descontado, todos los personajes no-humanos deben tener los ojos próximos y en posición frontal; pero además el iris debe destacar sobre una esclerótica grande y blanca. Sólo de esa manera, el conejo Bugs Bunny, la genial creación de Tex Avery, es capaz de transmitir de una manera inequívoca sus miradas de astucia, ironía, picardía, disgusto o despiste intencionado. Quizá esta es la mejor manera de contrastar la hipótesis social de la expresión ocular.

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