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Santos inocentes

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

R ecordaba en mi última entrega que algunos animales, filogenéticamente cercanos a nosotros, honran a su manera, o parecen honrar, a sus muertos. Curiosamente, apenas nos supone esfuerzo admitir este tipo de comportamientos animales correctos (también lo son la durabilidad de la pareja, el cuidado maternal o la evitación del incesto) como antecedentes biológicos (evolutivos) de nuestras prácticas similares. Si somos animales en la anatomía y la fisiología, ¿por qué no habíamos de serlo en la conducta? En marcado contraste, sin embargo, nos cargamos de escrúpulos a la hora de reconocer incluso la posibilidad de que algunas de nuestras peores lacras (como la violación, el robo o la guerra) puedan tener, asimismo, raíces biológicas profundas. Así ocurre, sin ir más lejos, con el infanticidio.

En la naturaleza ocurren cosas horribles. Con alguna frecuencia, por ejemplo, en plena primavera, un oso macho de la Cordillera Cantábrica persigue con saña a los pequeños esbardos que acompañan a una hembra hasta matarlos uno tras otro. Su objetivo es no dejar ni uno con vida, por vigorosa que sea la defensa por parte de la madre (a la que podría aplicársele el adjetivo angustiada). Existe alguna grabación muy dramática de estos episodios. Desde el punto de vista del observador humano, lo más sorprendente es que, muy pocos días después, la misma hembra que pelea con saña contra el infanticida estará cortejándose y copulando con él, y será al año siguiente madre de sus hijos. Ahí radica la cruel explicación: el macho mata a los pequeños (siempre que no sean hijos suyos) sólo para que la madre, al perder su descendencia (debe perderla completa), entre de nuevo en celo y así reproducirse él mismo.

Fue Sarah Hrdy quien primero propuso, allá por 1974, que el infanticidio observado entre los monos podía ser resultado adaptativo de la selección sexual. Los antropólogos con formación biológica tendieron a creerla, pero los que procedían de ramas humanistas, no, y muchos siguen sin hacerlo, considerándolo una práctica inusual y aberrante. Hoy se ha detectado comportamiento infanticida en los machos de muchas especies que reúnen condiciones para que ocurra de modo selectivo (básicamente, que el macho cambie y la hembra entre en celo tras perder a sus crías se ha estudiado muy bien en manadas de leones y en muchos grupos de primates).

Pese a ello, la disputa entre estudiosos continúa, pues nos cuesta admitir que antecedentes de Herodes fueran normales en nuestra estirpe (aunque no significa tanto, la incapacidad de volar también está en nuestros genes, ¡pero volamos!).

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