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Los enemigos del pueblo

EL ELECTRÓN LIBRE / MANUEL LOZANO LEYVA

Los políticos, sobre materias puramente técnicas, hacen a menudo más caso a la opinión pública que a la de los científicos e ingenieros porque, al fin y al cabo, en una democracia la ocupación del cargo de cada uno de ellos depende del pueblo. Además, casi nunca indagan sobre quiénes han formado esa opinión popular y con qué intereses. Normalmente, a lo que conduce esta actitud de los políticos es a un desastre económico.

Valgan dos ejemplos. Los científicos asesores del presidente Reagan desaconsejaron el desarrollo de lo que hoy se llama Estación Espacial Internacional basándose en unos argumentos físicos sencillos y meridianos. Pero aquella nueva "conquista del espacio" se hizo muy popular (con anuncios de televisión pagados por el principal contratista

aeroespacial) y el resultado a la vista está tres décadas después: no se sabe qué hacer con semejante tinglado tras haber gastado y hecho gastar a los países que atrajeron a participar en aquella quimera ingentes cantidades de dinero. Por supuesto, tal como predijeron los expertos, el resultado científico es prácticamente nulo.

Los políticos españoles, como segundo ejemplo, sin hacer el más mínimo caso a los técnicos, se embargaron en una aventura energética basada en mitos populares (contra la nuclear) y fantásticas imprecisiones (las renovables) de la que ahora no saben cómo salir y, cuando lo hagan, el desvarío tendrá un balance económico estremecedor.
El mayor problema de los dislates técnicos de los políticos es cuando sus decisiones pueden tener consecuencias más trágicas que las económicas, en particular al hacer suyos negacionismos que surgen, normalmente por inducción y siempre por ignorancia, a cada momento. El último es el de los efectos beneficiosos de la vacunación. Surgió en la campaña electoral de Obama y McCain. El primero dijo que la vacuna triple A podía provocar autismo, el segundo le dio la razón y los científicos comprobaron, con estupor, que se habían basado en el eco de campanas tañidas por el interés monetario. Y ya tenemos a todos los catetos ilustrados del mundo rico clamando contra las vacunas.

Si los científicos arguyen más o menos tímidamente contra esto, los políticos les acusan de todo, por lo que antes de ocupar su cargo deberían leer la obra de Ibsen El enemigo del pueblo, ya que al final, cuando se hacen encuestas, resulta que los más fiables para las personas son los científicos y los que menos, los políticos.

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