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Los mecenas de Barbacid

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

El equipo de Mariano Barbacid en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) ha conseguido un logro científico de primer orden: el desentrañamiento de un mecanismo bioquímico de inhibición que impide la aparición y el desarrollo del cáncer de pulmón en ratones de laboratorio. El resultado se publicó en una revista de prestigio y todos los científicos nos hemos sentido alborozados. A partir de aquí se desencadenó una serie de despropósitos que no sólo ha aguado el regocijo sino que ha conducido a la indignación.

En el mismo comunicado del hallazgo se dice que no se puede iniciar el desarrollo de los posibles tratamientos porque el Ministerio de Ciencia e Innovación ni da fondos ni permite la financiación privada. Naturalmente, la opinión pública y la comunidad científica claman contra la malvada ministra y la pérfida burocracia.

El Ministerio responde dando las cifras millonarias que ha recibido el CNIO, el montante de lo que tiene sin gastar y lo que le queda por recibir. Barbacid, ahora con su nombre y apellidos, hace público sus argumentos en un periódico nacional. No desmiente ninguna de las cifras anteriores, dice que hay dos empresas no relacionadas con la biomedicina dispuestas a poner una millonada, sostiene que lo impiden las trabas que pone el Ministerio, oculta el nombre de las empresas porque no quiere perjudicarlas (raro enigma) y apela al dolor de los enfermos. Aunque sea esto último lo que haya llevado a la indignación (Barbacid no explica el tremendo, inevitable e incierto trecho que hay entre el ratón y la farmacia o la planta hospitalaria) todo el asunto se presenta más que turbio.

La Ley de la Ciencia vigente, y aún más la recién aprobada por el Congreso de los Diputados, contempla infinidad de vías para que la ciencia hecha en los centros públicos fluya hacia las empresas tecnológicas. También es posible el mecenazgo, pues, aunque sea inquietante que la ciencia dependa de la desgravación de impuestos o la filantropía de ricos y multinacionales, no hay que hacerse el melindroso. Este es el caso de las dos empresas de Barbacid según ha dicho él mismo, pero todo tiene un límite legal, porque la broma puede llegar a que esas empresas no biomédicas, además de disfrutar de las jugosas exenciones fiscales, puedan hacer negocio no sólo con los resultados de la ciencia financiada públicamente sino con su patrimonio.

Considero que Barbacid ha traspasado varias fronteras éticas, por lo que debe dar marcha atrás y dedicarse a sus investigaciones.

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