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El proceso de humanización (III)

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

*Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, en Burgos

La adolescencia es una parte muy significativa de nuestro particular modelo de desarrollo. Sus aproximadamente seis años de duración representan nada menos que la tercera parte de todo el proceso. Como explicamos en un texto anterior, la niñez y la adolescencia son características exclusivas de nuestro desarrollo, que no compartimos con ninguna especie de primate actual. Durante la adolescencia termina la muda de los dientes de leche y se completa la dentición definitiva con la emergencia de los segundos y terceros molares. Se produce un cambio neuroendocrino de consecuencias muy llamativas, tanto en ellos como en ellas, y poco a poco se completa la madurez sexual. El crecimiento se acelera, sobre todo en los chicos, y en muy poco tiempo se ganan muchos centímetros de estatura; es el llamado estirón puberal. Hacia los 16 años se produce una desaceleración del crecimiento y de manera más pausada se alcanza la estatura del adulto.

No es sencillo averiguar cuándo aparecieron por primera vez los síntomas que caracterizan la adolescencia. Es muy posible que hace un millón y medio de años las especies Homo erectus y Homo ergaster tuvieran ya un estirón puberal de intensidad moderada y una adolescencia incipiente. La prolongación del desarrollo hasta los 18 años, sin embargo, parece un rasgo exclusivo de nuestra especie. Pero, ¿qué utilidad o qué significado tiene la adolescencia para Homo sapiens?

Con el estirón puberal recuperamos un crecimiento muy retenido durante los primeros 10 años de vida, pero esto por sí solo no responde a nuestra pregunta. Desde luego, todos los padres y madres estaremos de acuerdo en que es un periodo desesperadamente largo. En todas las especies de mamíferos el tránsito del periodo juvenil al estado adulto es muy suave. Nada que ver con la brusquedad de los cambios que experimentamos en nuestro aspecto, especialmente, los varones. Las descargas hormonales nos transforman y en pocos años apenas nos reconocemos.

Los expertos en neurología saben muy bien que durante la adolescencia el cerebro experimenta una reestructuración funcional muy significativa, que produce fuertes cambios en la conducta, en los intereses sociales o en la relaciones con los progenitores. En términos estrictamente biológicos y en el contexto natural de las primitivas sociedades cazadoras y recolectoras, el retraso en la paternidad y la maternidad con una adolescencia prolongada pudo tener un efecto positivo: padres y madres mejor preparados psicológica y socialmente para recibir a sus descendientes. En nuestro mundo desarrollado, la rebeldía de los adolescentes supone un nuevo impulso de cambio y progreso con cada nueva generación.

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