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LHC: el señor de los anillos (I)

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear, Universidad de Sevilla

Narraré, en tres partes, una historia fascinante. La culminación del espanto de la Segunda Guerra Mundial fue el inicuo bombardeo nuclear de Hiroshima y Nagasaki. ¿Quién podía imaginar que precisamente el estudio del núcleo atómico iba a ser el discreto inicio de la concordia entre los pueblos europeos y de su prosperidad? En la inmediata postguerra se organizaban muchos actos de reconciliación, en general tristes y aburridos, que iban desde campamentos para jóvenes de distintos países, en particular franceses y alemanes, a conciertos internacionales. Uno de esos actos fue la Conferencia Europea de la Cultura, celebrada en Lausana, en 1949.

En medio del sopor generalizado, un señor bajito y tímido expuso que los físicos nucleares europeos habían sido esquilmados por tres razones: las balas, la furia nazi contra el progresismo y contra los judíos, el atractivo de unos Estados Unidos liberales y generosos para la ciencia. Añadió que la investigación de los constituyentes del núcleo atómico era esencial y que para ello había que construir aceleradores de partículas, cuyo costo difícilmente lo podría soportar ningún país europeo por sí solo, lo que hacía necesario unir el esfuerzo de todos. El pequeño gran hombre fue aplaudido por cortesía, ya que era el príncipe Louis de Broglie, uno de los padres de la mecánica cuántica (premiado por ello con el Nobel).

A pesar de la fría acogida de su propuesta en aquella conferencia, De Broglie fue pertinaz y en diciembre de 1951 consiguió que la UNESCO convocara una reunión intergubernamental para estudiar la viabilidad de construir un laboratorio europeo para la investigación en física nuclear. Once países firmaron unos meses más tarde el acuerdo para constituir el CERN (siglas francesas de Centro Europeo para la Investigación Nuclear), que entra en vigor el 29 de septiembre de 1954. De inmediato empieza la construcción de los edificios y del primer acelerador, en la zona fronteriza entre Suiza y Francia, cerca del aeropuerto de Ginebra. Ese acelerador, como todos los subsiguientes, tenía forma circular. Con el tiempo, el CERN llegará a ser el mayor laboratorio del mundo destinado a la investigación básica y el LHC, que pronto se inaugurará, es un auténtico señor de los anillos. La incorporación de países al CERN siempre ha tomado la delantera a la política: la Comunidad del Carbón y del Acero, el Tratado de Roma y las sucesivas ampliaciones de la Unión aglutinaron naciones que ya colaboraban en la física nuclear y de las partículas elementales. No hay historia más bella de Europa que la que protagonizan, desde hace 50 años, físicos y tecnólogos, afanados en descubrir las intimidades más secretas de la materia y la radiación, o sea, de nuestro Universo.

(Continuará)

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