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LHC: El Señor de los Anillos (II)

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

*  Catedrático de Física Atómica Molecular y Nuclear, Universidad de Sevilla

En la primera parte contamos cómo nació el CERN, Centro Europeo para la Investigación Nuclear, y que sus aceleradores eran circulares, en forma de anillos. ¿Qué es un acelerador de partículas? Una bomba atómica al revés. Todos sabemos que E=mc2. La E es la energía, la m la masa y c, la velocidad de la luz, es un número enorme que al cuadrado lo es mucho más. Significa que una pequeña cantidad de masa puede generar una descomunal energía: la bomba atómica.

Por el contrario, en un acelerador, una portentosa factura de la compañía suministradora de energía eléctrica se convierte en unas pocas partículas que estudian los físicos para desentrañar los misterios del núcleo atómico. A mayor energía, o lo que es lo mismo, a mayores dimensiones del acelerador, más partículas se producen en cantidad y variedad pudiéndose así estudiar la materia más profundamente.

Hoy día, Europa está a la cabeza del mundo en este campo y el acelerador que pronto se inaugurará, el anillo LHC, se aloja en un túnel circular de 27 kilómetros de largo. Las partículas se estudian en detectores tan inmensos que cualquiera de ellos tiene más hierro que la torre Eiffel. En el CERN trabajan varios miles de personas y su presupuesto anual es estremecedor. Lo pagan los países miembros en proporción a su producto interior bruto.

¿Merece la pena semejante esfuerzo económico y científico? De sobra. El CERN, como casi todas las instituciones públicas, es un eficiente privatizador de dinero estatal que funciona de la siguiente manera. Los físicos deciden que hay que estudiar tal aspecto sutil del núcleo atómico. Para ello necesitan un acelerador y unos detectores, un anillo y sus engastes, mucho mejores que los que ya tienen. Eso significa que exigen componentes que se sitúan en los límites de la tecnología: imanes superconductores, sistemas para el almacenamiento masivo de datos, electrónica de la máxima potencia y un largo etcétera, todo ello con unos requerimientos de calidad impresionantes. Sacan a concurso entre las empresas europeas la producción de esos componentes. La empresa que vence en uno de ellos, se convierte en la más competente del mundo. No sólo gana el presupuesto del concurso, sino que se sitúa en una posición privilegiada en el mercado.

Además, de vez en cuando, del CERN surgen desarrollos cuya aplicación nos deja anonadados. Basten dos ejemplos, uno de ellos inmensamente popular: los detectores multihilos que hay en numerosos servicios de medicina nuclear de los hospitales y, nada menos, la World Wide Web, la popular aplicación de uso de Internet que se inventó allí para que los físicos de todo el mundo pudieran acceder a los datos suministrados por las máquinas del CERN. Pero esto es nada comparado con lo que nos puede ofrecer el LHC, el auténtico Señor de los Anillos. Continuará...

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