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Estímulos engañosos

VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO

*Profesor de investigación del CSIC 

Junto a Karl von Frish, famoso por su trabajo sobre la comunicación entre las abejas, en 1973 recibieron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina el alemán Konrad Lorenz y el holandés Niko Tinbergen. A los que entonces éramos jóvenes naturalistas nos llenó de ilusión, pues era un reconocimiento a los etólogos y la etología, o estudio científico del comportamiento animal. Además, en los años sesenta a muchos de nosotros los hallazgos de estos sabios nos habían descubierto un mundo nuevo. Nos tenían fascinados. Queríamos ser etólogos.

Lorenz y Tinbergen hablaban, entre muchas otras cosas, de la capacidad de los estímulos anormales, o superestímulos, para generar respuestas en la naturaleza. Un ganso salvaje prefiere incubar huevos grandes, pero si se le ofrece uno enorme, descomunal, lo escogerá sobre los huevos propios de su especie. Entre las gaviotas argénteas, para que la madre regurgite comida los pollos picotean una mancha roja dibujada sobre el pico amarillo de su progenitora; exagerando esa señal, Tinbergen consiguió que los pollitos de gaviota demandaran más alimento del maniquí que había fabricado (una simple varilla roja con bandas claras) que de su propia madre.

Lejos de mi ánimo sugerir que las observaciones sobre el comportamiento de los animales (lo que antes llamábamos instinto) sean directamente extrapolables a los humanos. Apenas cabe duda, sin embargo, de que consciente o subconscientemente la noción de superestímulo está presente, por ejemplo, en mucha de la publicidad que diariamente nos bombardea desde la radio o la televisión. ¿Qué otra cosa, si no estímulos superiores a lo normal, son los perfumes, los adornos y mucha de la ropa que utilizamos? Probablemente también el arte funciona con superestímulos, distorsionando o resaltando para nuestro placer unas claves estéticas presentes, a más bajo nivel, en cuanto nos rodea.

Ciertamente, a diferencia de los gansos y las gaviotas los seres humanos no respondemos innata e invariablemente al estímulo excesivo, mas somos sensibles al mismo. Con algún riesgo de caer en la tentación. A lo largo de nuestra historia biológica, el pecho femenino puede haber sido una señal de buena condición física dirigida a una hipotética pareja; pero hoy hay gente que sueña morbosamente con pechos desmedidos, absolutamente desproporcionados, hasta el punto de excitarse sólo con ellos. La presencia de grasa o azúcares ha debido funcionar como señal de alto valor nutritivo en la comida, pero muchos consumidores responden compulsivamente al superestímulo de los dulces y las hamburguesas gigantes y acaban enfermos. Ya hemos comentado otras veces que otro tanto ocurre con el alcohol. Sin darnos cuenta, al modificar con rapidez el mundo en el que hemos evolucionado tendemos peligrosas celadas a los restantes seres vivos, y también a nosotros mismos.

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