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Filogenia humana: ¿un árbol frondoso?

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos

Cuántas especies de homínidos forman parte de nuestro linaje evolutivo? La especie representa la unidad biológica que los neontólogos pueden reconocer en la naturaleza con mayor o menor dificultad, siguiendo una serie de criterios objetivos; pero en Paleontología el problema adquiere una dimensión muy diferente. Los paleontólogos sólo disponemos de los restos fosilizados (no siempre abundantes) de las especies pretéritas y de las señales que dejaron en su paso por el planeta. En las investigaciones sobre evolución humana el número de restos esqueléticos de las especies que tratamos de identificar es casi siempre muy escaso. Las señales que nos han dejado, formadas por un rico conjunto de evidencias arqueológicas, apenas sirven de ayuda. La misma especie puede desarrollar tecnologías muy diferentes.

Un ejemplo muy evidente lo tenemos en nuestra propia especie, en la que persisten grupos humanos anclados en el neolítico, mientras que los países más industrializados se afanan por conquistar otros planetas. Por otro lado, apenas disponemos de una serie de datos sobre el comportamiento de las especies de homínidos y nos esforzamos en conocer aspectos de su biología. El ADN se consigue de manera muy fragmentaria y tan sólo de los especímenes más recientes. Por todo ello, los criterios para el reconocimiento de las especies en paleo-antropología no siempre gozan de consenso. Además, nos enfrentamos a la subjetividad que representa el estudio de nuestro propio linaje, en el que la formación filosófica, social e incluso religiosa de todos los implicados juega también un papel importante.

Muy pocos paleo-antropólogos piensan aún en la evolución del género Homo como una secuencia lineal de especies –se ha llegado a proponer que sean tan sólo dos o tres– en orden creciente de progreso y complejidad. Se ve más como un verdadero entramado de ramas evolutivas, sujetas al azar de múltiples circunstancias ecológicas. La mayoría de especialistas reconoce una rica diversidad morfológica en el registro fósil, que debe estar relacionada con una pluralidad de especies. Debemos evitar la proyección inevitable de la sociedad que conocemos hacia un pasado remoto, en el que las distancias y el tiempo cobran una dimensión muy diferente. Las poblaciones de Homo vivieron en diferentes regiones de África y Asia durante más de dos millones de años, aisladas unas de otras, a menudo sin posibilidad de intercambio genético durante cientos de generaciones. Si la hibridación hubiera sido posible entre todas las poblaciones del Pleistoceno, nadie puede demostrarlo, a menos de que disponga de una máquina del tiempo. Lo queramos o no, la diversidad morfológica observada en el registro fósil es casi nuestro único argumento para debatir el problema de las especies.

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