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Las cabezas del sistema

ESPIONAJE // FERNANDO G. SANZ

* Investigador del Instituto de Historia (CSIC)

Unas semanas después de que Manuel Bravo Portillo cayera asesinado a tiros, se entrevistaba con su viuda un agente del servicio secreto francés, con intención de hacerse con el archivo personal del policía. Aunque seguro que ya lo sabían los franceses, la viuda narró cómo había trabajado su marido y confirmó que informaba al Gobierno de los movimientos alemanes... con algún día de retraso, para que no se pudieran entorpecer sus acciones. Contrafigura de Bravo y su enemigo declarado fue el comisario especial y jefe de la Brigada anti-anarquista de Barcelona, Francisco Martorell. Él y el jefe de policía Ramón Carbonell actuaron a favor de los aliados facilitando abundante información, pero, a diferencia del colega Portillo, no cobraban por sus servicios. A falta de una organización parecida a un servicio secreto, ¿fue esta la forma en la que los Gobiernos de España controlaron (es una forma de hablar) la actividad secreta extranjera? Por supuesto, no todos los funcionarios de policía se vieron encuadrados a las órdenes de Martorell o de Bravo.

En la mayor parte de las capitales un buen número de ellos actuaban por libre, ofreciendo sus servicios al mejor postor. Antonio Monllor Coloma era en 1918 el policía más veterano de Alicante. Un agente del servicio secreto italiano le contactó para ver la forma de arreglar un asunto que daba mala imagen a la patria: desde febrero, un desertor vivía con una prostituta, propietaria de una casa de citas donde ambos se alojaban. A cambio de 500 pesetas, Monllor estaba dispuesto a llevar a cabo una operación especial para entregar al desertor a las autoridades italianas. La operación no se realizó, pero el desertor acabó poco después en manos de la policía, no por peligroso, sino por cometer el error de fugarse después de haber robado 5.000 pesetas a la madame que le había protegido.

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