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¿Escritura o decoración?

TEXTOS SECRETOS // SOFÍA TORALLAS

Recientemente, los medios de comunicación anunciaron el descubrimiento en Cascajal, México, de la escritura más antigua del Nuevo Mundo, noticia revestida de una carga impresionante de sensacionalismo. Es un ejemplo más de un fenómeno que se repite con bastante regularidad: objetos de extraordinaria antigüedad, inscritos con signos desconocidos, cuya hechura parece sugerir que se trata de un sistema de escritura. El contexto arqueológico, además, garantiza la antigüedad de la pieza, por lo que el estudio está más que justificado, aunque, a menudo, con poco futuro. Las condiciones para que una escritura se pueda descifrar son que al menos se presente en un corpus relativamente amplio –lo ideal es que incluya algún ejemplar bilingüe entre los textos– y dentro de un contexto arqueológico, histórico y lingüístico conocido, al menos en parte.

Pero se trata de un negocio complicadísimo: descifrar un código escrito tiene innumerables ramificaciones: no sólo hay que descubrir el valor de los signos, sino también desenmascarar un código aún más complejo, que es la lengua que éstos esconden –si es que hay una lengua detrás de ellos–.

La arqueología nos proporciona a menudo piezas cubiertas de garabatos y signos con apariencia de sistema gráfico, cuya regularidad puede inducir a engaño. Véase las manifestaciones materiales de la cultura Vin?a de los Balcanes hace más de 10.000 años. Una simple decoración mal entendida puede producir grandes quebraderos de cabeza.

Hay que tener en cuenta que nos encontramos a menudo ante sistemas gráficos indefinidos, que tienen sobre todo que ver con el uso de signos con fines simbólicos, menos relacionados con el lenguaje que con las creencias. El prodigio de la materialización del lenguaje humano no discurre por caminos fáciles.

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