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¡Vaya chasco!

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos

Siempre nos hemos sentido orgullosos de nuestra superioridad con respecto a las demás especies. No es para menos. Nuestra gran inteligencia es fiel reflejo de ese gran cerebro que controla nuestra existencia. Si comparamos el volumen de toda nuestra masa encefálica con la masa corporal salimos muy bien parados con respecto a todos los primates, aunque no así con otras especies de mamíferos (delfines). Pero, en fin, ¡que caramba!, somos mucho más listos que los pobres chimpancés, que a fuerza de paciencia se les puede enseñar a utilizar algunas herramientas, o de aprender algunos juegos. No importa si compartimos con ellos casi el 99% de nuestro genoma. Las diferencias son suficientes para sentirnos sus protectores y tratar de evitar una extinción casi segura a corto plazo.

En los años 80 del siglo pasado, el científico Robert Martín dedicó mucho esfuerzo a estudiar la evolución de nuestro cerebro. Hemos aprendido mucho desde entonces, aunque los expertos consideran que apenas hemos desentrañado una mínima parte de los enigmas de este órgano tan especial. La humildad siempre debe caracterizar a los buenos científicos. Martín llegó a la conclusión que los humanos nacemos con un cerebro muy pequeño (unos 380 centímetros cúbicos) con respecto al que alcanzamos en el estado adulto (1350 c.c.). Es decir, que en comparación con otros simios nuestro cerebro debería crecer mucho más.

En un trabajo de este mismo año, J.M. DeSilva y J.J. Lesnik, de la Universidad de Michigan, han obtenido tanto de la literatura científica como de su propia cosecha cientos y cientos de datos sobre el volumen del cerebro de recién nacidos y de adultos de hasta 28 especies (Macaca, Simiri, Pan, Gorilla, Papio, etc..) de simios filogenéticamente emparentadas con los humanos actuales. Tras un trabajo de complejos análisis estadísticos, la regresión correspondiente dejó claro que Homo sapiens no se desvía lo más mínimo de la ley biológica que regula el crecimiento del cerebro en todas estas especies. Nuestro magnífico y gran cerebro tiene el volumen esperado para un cerebro del tamaño que tienen nuestro recién nacidos. En este rasgo biológico, como en otros muchos que cada día vamos descubriendo, no somos tan especiales como creíamos.

Bien es verdad que no todo es cuestión de tamaño. Nuestro cerebro dispone de una corteza cerebral en la que residen una serie de habilidades cognitivas extraordinarias. Cuando se pone en marcha nuestra mente, somos capaces de ejecutar programas complejísimos dentro de la carcasa de nuestro cerebro. Ahí debería residir nuestro orgullo. El problema es que no estamos tan seguros de que esos programas funcionen tan bien en los cerebros de algunos de los primates que gobiernan el destino del planeta.

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