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El azar y la necedad

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI

* Escritor y matemático

El pasado día 21 tuve una de esas experiencias que, por un momento, pueden hacernos pensar en la intervención de misteriosas fuerzas ocultas. El día antes había empezado a escribir una columna titulada La estrella de Belén, en la que evocaba el sobrecogedor relato La estrella, de Arthur C. Clarke (en el que identifica la guía luminosa de los Reyes Magos con una supernova que destruyó una avanzada civilización extraterrestre), así como un viejo artículo de Isaac Asimov (Star in the East) en el que analizaba nueve posibles explicaciones de la supuesta estrella mensajera para acabar concluyendo: "Perseveraré en mi escepticismo y colocaré la estrella de Belén en la misma categoría que la partición del Mar Rojo, el caminar sobre las aguas y los demás milagros de la Biblia. Son simples relatos fantásticos que podríamos descartar como naderías si no fuera porque son nuestros relatos fantásticos, los que nos enseñaron a venerar cuando éramos jóvenes impresionables".

Y al entrar en el blog de Público veo mi artículo y pienso: "Qué extraño, aún no lo he terminado de escribir y ya lo han publicado". En mi descargo puedo decir que acababa de levantarme y que solo contemplé la posibilidad de un bucle temporal durante una fracción de segundo: enseguida me di cuenta de que, sencillamente, mi colega Miguel Ángel Sabadell se me había adelantado y había escrito una columna con el mismo título que la mía, y de contenido muy similar. Pero por un momento experimenté esa intensa sensación de sobrenaturalidad que a veces producen las coincidencias. Sensación que desaparece rápidamente al analizarlas: no tiene nada de extraño que, por estas fechas, dos columnistas de la sección de Ciencias coincidan en hablar de la estrella de Belén, y menos aún que lo hagan en términos similares.

No es sorprendente que el azar nos sorprenda, valga la paradoja, pues ocurren todos los días tan enorme cantidad de acontecimientos que, como ya señaló Aristóteles, es altamente probable que sucedan cosas altamente improbables. La probabilidad de acertar en la lotería primitiva es tan pequeña como la de lanzar una moneda al aire treinta y tres veces y que siempre salga cara. No es extraño que los acertantes se sientan tocados por algún tipo de gracia divina; y sin embargo hay tanta gente que juega a la lotería que podemos tener la certeza estadística de que con cierta frecuencia alguien dará con la combinación ganadora. Bastaría con erradicar la difundidísima ignorancia matemática para acabar con muchas ilusiones y creencias falsas. Y esa es seguramente una de las razones por las que no se erradica.

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