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Inspiración y transpiración

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI

* Escritor y matemático

Se suele atribuir a Edison la frase "El genio se compone de una parte de inspiración y noventa y nueve de transpiración". Otros se la atribuyen a Franklin, y a veces la proporción varía: una parte de inspiración y nueve de transpiración. Y estas fluctuaciones no dejan de ser interesantes, pues tienen que ver con el contenido mismo de la cita y con el trabajo científico en general. La aventura del conocimiento es una empresa colectiva, en la que a menudo no se puede decir a quién corresponde tal o cual descubrimiento. Ni falta que hace. En una sociedad menos competitiva e individualista que la nuestra, no se daría tanta importancia a la paternidad de las ideas. ¿Qué más da si fue Edison el que acuñó la frase o si la heredó de Franklin? Lo importante es que ambos fueron su expresión viviente.

Por otra parte, ¿cuál es la proporción, uno a nueve o uno a noventa y nueve? Obviamente, la inspiración y la transpiración son inconmensurables, y la frase de Franklin-Edison no ha de tomarse en sentido literal sino literario; pero la proporción uno a nueve, aunque atribuya a la inspiración un papel subordinado, la mantiene en el rango de la transpiración, pues las sitúa a ambas en el nivel de las unidades, mientras que uno a noventa y nueve es, más que una proporción, una desproporción. ¿Es tan nimio el papel de la inspiración súbita frente al del trabajo concienzudo? La respuesta no es fácil, puesto que sabemos muy poco sobre la inspiración. Su incidencia podría ser muy breve: unos segundos para concebir un verso y varias horas de trabajo para pulirlo (esa paciente labor limae de la que hablaba Catulo); pero en ese tiempo mínimo podría concentrarse una intensidad enorme. Aunque, después de todo, ese potente chispazo podría ser, a su vez, el resultado de una lenta acumulación de energía. El agua rompe a hervir en un instante, pero llega al punto de ebullición aumentando de temperatura grado a grado...

En cualquier caso, el papel del talento individual –y por ende de la inspiración– se suele sobrevalorar. Si Einstein no hubiera formulado la teoría de la relatividad en 1905, Poincaré lo habría hecho en 1906. Incluso me atrevería a decir que cualquier físico de primera fila, tras el experimento de Michelson, habría llegado tarde o temprano a las mismas conclusiones. Los escritores de ciencia ficción que han imaginado portentosas supermentes (como Theodore Sturgeon en su inolvidable novela Más que humano) no se han alejado mucho de la realidad: la comunidad científica es de hecho, y cada vez más, una mente colectiva.

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