La ciencia es la única noticia

La flor muerta

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de Física atómica, molecular y nuclear en la Universidad de Sevilla

Uno de los padres de la electrodinámica cuántica, conjunción en un mismo cuerpo matemático de la mecánica cuántica y la relatividad especial, fue Richard Feynman. Le concedieron el premio Nobel en 1965. Feynman era persona de gran cultura, divulgador brillante y polemista ingenioso. Un amigo poeta le espetó que mientras que los artistas y personas sensibles en general subliman o simplemente admiran una flor, los científicos la diseccionan para estudiarla y lo único cierto que consiguen es matarla. Feynman replicó de inmediato que los científicos disfrutan igual que todos, incluidos los poetas, de la belleza de una flor, pero además admiran sus procesos celulares y el papel que juega en un ecosistema, consiguiendo así disfrutar mucho más. Concretamente, la respuesta de Feynman fue: "La ciencia sólo agranda el interés, el misterio y el asombro que produce una flor".

Esta creencia generalizada en el mundo científico nos lleva a veces a una arrogancia absurda. Es cierto que existe una asimetría entre los profesionales de la ciencia y, digamos, el resto del mundo: los científicos podemos entender y apreciar un buen soneto o una portentosa sinfonía como cualquier amante de la literatura y la música, pero nadie salvo nosotros comprenderá los intríngulis de nuestra especialidad, por ejemplo, de la electrodinámica cuántica. Cuando algún colega me hace referencia a esta apreciación suelo responderle que es cierta, pero que piense lo siguiente. Supongamos que a Einstein le hubiera caído una maceta en la cabeza a temprana edad y lo hubiera dejado tonto; que Bohr, buen futbolista en su adolescencia, se hubiera hecho jugador profesional; y que al propio Feynman su joven esposa, diagnosticada de tuberculosis antes de casarse, le hubiera contagiado la entonces mortal enfermedad. La relatividad especial, la mecánica cuántica y el colofón unido de ambas teorías habrían surgido igual y casi al mismo tiempo. En cambio, si Vivaldi hubiera sido una víctima más de la gran mortalidad infantil de su época, jamás habríamos tenido Las Cuatro Estaciones.

¿Implica lo anterior que los científicos somos simples técnicos cuyo fruto del trabajo es independiente del autor? Nada más lejos de la realidad, pero la genialidad creativa es asunto complejo y singular de casi cualquier actividad humana. A los columnistas de esta sección de Ciencias nos dan vacaciones. Creo que, sin atisbos de arrogancia, todos aspiramos a que nuestros lectores disfruten de la dimensión científica de las flores sin necesidad de matarlas. La vagancia en agosto sin duda lo propicia.

Más Noticias