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Ciencia, ficción e identidad

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI

* Escritor y matemático

Sin la coma del título, sería otro artículo: Ciencia ficción e identidad. O un posible capítulo, si esto en vez de una columna fuera un libro; un capítulo especialmente interesante, pues la ciencia ficción ha tratado el tema de la identidad de las maneras más sugestivas e inquietantes. Pero la ficción, sin ciencia, empezó a tratarlo mucho antes. Y la ciencia, sin ficción, aunque todavía esté lejos de resolver el problema de la identidad (o tan siquiera de plantearlo de forma clara), empieza, cuando menos, a delimitar el territorio a explorar. Parece, pues, oportuno dejar la coma, para presentar en toda su amplitud este elusivo asunto.

La sensación subjetiva de identidad, de unicidad del yo, es una de las más fuertes y arraigadas; pero, por su misma inaprensibilidad y su subjetividad extrema, el ego es una construcción que se tambalea con frecuencia, y la literatura ha expresado la angustia ligada a esa inestabilidad nuclear desde los tiempos más remotos y mediante mitos tan perturbadores como el del doble. Fue Plauto, con su Anfitrión, el primero en plantear expresamente el tema del doble, al menos en el marco de la literatura culta. Pero el mito alcanzaría su máxima expresión durante el Romanticismo, y también un nuevo nombre: Doppelgänger, que en alemán significa "el doble ambulante". Poe, Hoffmann, Stevenson... Pocos maestros del relato fantástico y terrorífico escaparon a la fascinación de este tema sobrecogedor.

Con la ciencia ficción, el mito del doble se convierte en futurible, y adquiere una nueva dimensión en novelas como Solaris, de Stanislaw Lem, o en algunas obras de Philip K. Dick. Y con la clonación y la ingeniería genética, la ciencia parece ir en pos de la ficción e incluso estar a punto de alcanzarla. Pero es solo una ilusión provocada por un supuesto falso que la ciencia ficción más efectista explota a menudo: el supuesto de que la duplicación del cuerpo conllevaría la duplicación de la mente. O, dicho de otro modo, el supuesto de que el cerebro es una "máquina" tan reproductible y programable como un ordenador, y de que la mente es el resultado automático de la programación de dicha máquina. Pero parece ser que la cosa es bastante más compleja, de una complejidad que hunde sus raíces en el mundo subatómico y que tal vez tenga que ver con aspectos aún desconocidos de la física cuántica. ¿Qué relación hay entre el azar microcósmico y el binomio conciencia-libre albedrío? Esa podría ser la pregunta, como veíamos en la columna anterior.

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