Ciudadano autosuficiente

El turista invisible

El turista invisible

Ahora los turistas van de cincuenta en cincuenta. Caminas por una calle y de repente te encuentras en mitad de una riada de visitantes en chancletas que no paran de sacar fotos con el móvil a todo lo que les rodea. El año pasado se batió en España el récord de todos los tiempos de entrada de turistas internacionales: 75,6 millones. Según Coyuntur, este segundo trimestre de 2017 entrarán 23 millones de turistas. Es probable que 2017 se cierre con más de 80 millones de visitantes, cifra nunca antes alcanzada en nuestro país.

El turismo es un motor de la economía y del empleo, aunque precario, y tiene un gran poder para modificar el paisaje de nuestras ciudades, por ejemplo elevando el precio de los alquileres, expulsando residentes y convirtiendo el centro de las ciudades en una especie de decorado sin vida ciudadana real, recorrido incesantemente por riadas de turistas que llenan los únicos comercios que quedan, los de comida rápida y los de souvenirs.

Comienzan a aparecer pintadas amenazadoras del estilo de "Turistas, volveos a casa" y los ayuntamientos comienzan a tomar medidas para organizar un poco la avalancha de visitantes. Muchas son de gran alcance, como limitar la creación de apartamentos turísticos. Pero otras son de sentido común y de cultura cívica. Por ejemplo, en Florencia, limpian a manguerazos cada media hora las escaleras de la basílica de la Santa Croce, impidiendo así la extraordinaria proliferación de basura que generan cientos de turistas acampados a sus anchas a los pies de tan noble monumento.

Ahí es donde entramos todos. Aunque arruguemos la nariz ante las riadas de turistas que invaden las calles de nuestra querida ciudad, llegará algún día en que seremos nosotros los turistas y los invasores de alguna otra bonita localidad. ¿Sabremos comportarnos? He aquí algunos trucos para pasar, si no desapercibidos del todo, al menos discretamente.

Caminar dos calles más allá del circuito oficial. El turismo tiene una gran tendencia a la concentración, acumulándose en unos pocos barrios y calles bien definidas. Saliendo de la zona ultra-densa veremos muchas más cosas interesantes y puede que captemos algo de la cultura y el espíritu local. Además, la gente que encontremos será más amistosa. Siempre hay tiempo para ver los monumentos famosos, seguirán ahí el año que viene y puede que el siglo que viene.

Vestir como los naturales del lugar. Algunas personas que no se quitan el traje y la corbata ni para ducharse encuentran gran placer en vestirse de turistas charros durante sus vacaciones en el extranjero. Es decir, camisas de colores chillones, pantalones cortos, chancletas, etc. Un atuendo sobrio, por el contrario, hará que no nos identifiquen instantáneamente como turistas, sino como personas humanas que además practican el turismo. Con un poco de suerte, hasta te preguntarán por una dirección. Eso quiere decir que lo has conseguido, te has confundido con el paisaje.

Usar el idioma local. Según las circunstancias, puedes desde hablarlo con algo de fluidez a soltar unas pocas palabras de saludo y agradecimiento. Conviene no usar el método Alfredo Landa de comunicación, que consiste en hablar a gritos en español con la esperanza de que te entiendan. Es una cuestión de cortesía, saludar en el idioma local. No cuesta nada y quedas estupendamente.

Hacer nuestra propia lista de monumentos. Cualquier ciudad tiene muchos lugares atractivos muy poco visitados. Por ejemplo, pequeños museos temáticos sobre costumbres locales o episodios de la historia de la región, artesanía, tecnología, etc., por lo general tranquilos, accesibles y repletos de información de interés. Hay información sobre todos ellos en las oficinas locales de turismo.

Comer comida local. Los restaurantes de fast food son más baratos sólo en apariencia. Cualquier ciudad tiene infinidad de posibilidades de comer bien por buenos precios, y además especialidades locales que incluso puede que se hayan cultivado en la región. No hay más de perderse un poco por las calles para encontrarlas.

Y por último: recuerda las recomendaciones para los visitantes de espacios naturales. No enciendas fuego, no dejes residuos tras de tí, no hagas ruidos estruendosos. No ahuyentes a la fauna local (es decir, nosotros cuando vivimos en nuestra localidad). Es verdad que la ciudad es aparentemente más ruidosa y más sucia que el campo. Pero solo aparentemente, está en nuestra mano cambiar esa percepción.

 

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