Ciudadano autosuficiente

¡Cuidado con el efecto cuñado!

grancoche

 

El efecto cuñado se acuñó (nunca mejor dicho) cuando se publicó una encuesta patrocinada por Skoda y realizada por Sigma Dos: "Estudio sobre actitudes y experiencias de los españoles en relación al uso del coche". Una de las cuestiones preguntaba a bocajarro: "¿Su coche es mejor que el de su cuñado/a?" El 46 % respondía que no, el 22 % que sí, la respuesta no tenía sentido para el 13% por falta de cuñado o de pareja y solamente un 19% no sabía o no contestaba. Se deduce que un enorme 68% es dolorosamente consciente del aspecto de su coche colocado junto al coche de su cuñado.

Esta es la razón por la que muchas personas compran coches demasiado grandes y potentes que no necesitan, dotados de extras que tampoco necesitan. Es un montón de dinero sin provecho para nadie, y lo peor es que contribuye a contaminar y estropear todavía más nuestro baqueteado planeta. Y no ocurre solo con los coches, sino con infinidad de cosas que compramos o usamos sin necesitarlas de verdad.

No hace falta que haya un cuñado cerca para que nos pongamos manirrotos sin necesidad. Fui consciente de este efecto hace muchos años, cuando todavía existían DVDs y sus correspondientes lectores. Me arrojé en plancha sobre un modelo seductor que ofrecía toda clase de extras, hasta que alguien al lado me hizo caer de la nube consumista: no necesitaba el Rolls Royce de los reproductores de DVD, sino el más barato disponible, que hiciera su función sin complicaciones. Ahorré cientos de euros -y todavía ahorré más algún tiempo después cuando, sabiamente, no hice caso ninguno de la nueva tecnología blu-ray.

El criterio raso de utilidad en vez del de la ostentación social nos puede llevar muy lejos. En el caso del vehículo, no pocos compradores potenciales que busquen no un cochazo apabullante, sino un medio de transporte, descubrirán asombrados que lo que necesitan es una bicicleta. O un abono anual de transportes. O un taco de viajes en taxi. O una app de coche compartido. Etc.

Este principio se puede aplicar a muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. ¿Necesitamos una lavadora - secadora con siete velocidades? Pues seguramente no, con un modelo normal clase energética A+++ y un día soleado vamos muy bien. O puede que, según nuestro estilo de vida, nos resulte más cómodo usar la lavandería de la esquina. ¿Nos sentimos atraídos por un frigorífico de 2,5 metros de alto, dos puertas y dispensador de agua fría? No conseguiremos llenarlo nunca y haremos el ridículo. Mejor un modelo compacto de 150 litros y clase A+++, que garantiza un ahorro de 200 euros al año en electricidad con respecto al modelo anterior.

Y así sucesivamente. Técnicamente se llama "gestión de la demanda". Quiere decir que no necesitamos lámparas, coches ni lavadoras, sino buena luz, transporte y ropa limpia. Y que podemos conseguirlas pagando lo menos posible y molestando lo menos posible a nuestro planeta.

Jesús Alonso Millán
Fundación Vida Sostenible

 

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