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¿En qué nos gastamos el dinero?

¿En qué nos gastamos el dinero?De un anuncio de La Avenida/Galerías Turó publicado en La Vanguardia el 7 de enero de 1994. Hemeroteca de La Vanguardia.

 

La distribución de gasto de las familias es muy reveladora de su huella ecológica y de lo que se considera como accesible y no accesible: comer carne todos los días, calefacción, un coche en propiedad, etc. En los últimos sesenta años se han producido cambios muy significativos en la manera en que nos gastamos el dinero (1), que se pueden interpretar desde el punto de vista de la sostenibilidad de nuestro estilo de vida. Podemos empezar viendo la situación hacia el año 1960.


Hacia 1960: comida y vestido

Lo más importante entonces, desde el punto de vista del dinero que se invertía en ello, era comer y vestirse, dos necesidades humanas básicas. Dos tercios de la hacienda se iban en comprar comida (un 50% aproximadamente) y en vestido y calzado (en torno a un 15%). Eso explica en parte por qué el estilo de compra de estos dos importantes elementos era bastante diferente del actual. Comprar comida era un asunto muy serio (aquí se puede ver más información) que se hacía tras un comparación cuidadosa de precios y calidades. Comprar ropa se hacía con mucha parsimonia, eligiendo prendas muy duraderas en las que la inversión valiera la pena. La huella ecológica de estos dos aspectos del consumo era inferior a la que suponen actualmente. La alimentación tenía menos proporción de carne y leche y más de verduras, cereales y patatas, alimentos que requieren menos energía para ser producidos. La ropa se compraba en mucha menor cantidad y su impacto sobre los ecosistemas, por cada persona vestida y calzada, era inferior al actual.

Los dos gastos siguientes en importancia eran igualmente importantes: vivienda, agua y energía, con algo más del 14%, y transporte y comunicaciones, con menos del 4%. La energía no era barata, y su consumo era bastante inferior al actual. Por ejemplo, en términos de electricidad, cuatro veces menos kWh por persona que hoy en día. Hay que tener en cuenta que el ecosistema eléctrico era muy incipiente todavía, y que el consumo se iba en iluminación y algún frigorífico. Lo que resultaba bastante más barato era la vivienda, que se disfrutaba en régimen de alquiler en proporción más elevada que actualmente. También era un gasto llamativamente poco importante el dedicado a transporte y comunicaciones, menos del 4%, que incluía los billetes del transporte público, los gastos del coche para sus escasos propietarios, el teléfono (que no estaba en todas las casas ni mucho menos), correos y otros aspectos similares.

Otros gastos de menor entidad, que no han variado mucho en porcentaje desde la década de 1960, eran los efectuados en ocio, cultura y enseñanza (5-7%), muebles, menaje y mantenimiento (3-4%) y sanidad (2-3%).

 

2020: vivienda y transporte

Sesenta años después, las proporciones de gasto han cambiado drásticamente. Ahora el gasto principal (31-33%) es en la vivienda, el agua y la energía. El gasto en energía ha crecido mucho, entre otras razones porque ahora se consume mucha más cantidad y de la más cara además (electricidad y gas natural) mientras que energías más baratas, como el butano, la leña o el carbón, están en franco retroceso o casi extinguidas. Durante los años de la crisis (2008 en adelante) la factura eléctrica se convirtió en inasumible para muchas familias. También el agua ha subido su precio, entre otras causas porque ahora se depura y trata con más calidad. Pero lo que se ha disparado ha sido el pago por la ocupación de la vivienda, que es mayoritariamente en propiedad. Las hipotecas se han convertido en la carga más pesada para las familias.

El siguiente gasto en importancia es el de transporte y comunicaciones, con un 16-17%. La crisis de 2008 lo hizo descender marcadamente, al mismo tiempo que hizo que el gasto en alimentos dejara de caer y se mantuviera aproximadamente a la par con él. El gasto cayó porque las ventas de coches se derrumbaron, así como el consumo de combustible, los pagos de peajes de autopistas, etc. Ahora mismo (aunque la pandemia hace arriesgado cualquier pronóstico) parece estar en franca recuperación, pues se venden más coches, más grandes además, y se multiplican los gastos en telefonía móvil, paquetes de datos, plataformas online, etc. En conjunto, la vivienda y sus gastos imprescindibles y el transporte y comunicaciones suponen hoy en día casi el 50% del gasto familiar. El aumento de la huella ecológica de estas actividades ha ido en paralelo. La vivienda consume más energía que antaño, y en usos antes desconocidos, como el aire acondicionado (aunque la eficiencia energética de las viviendas muestra señales de mejora). Donde la huella ecológica se ha multiplicado más ha sido en el transporte, por el uso generalizado del automóvil.

La necesidad humana básica, la alimentación, se lleva actualmente un 15% del presupuesto familiar, y vestirse y calzarse un mero 3-4%. Así que con menos de una quinta parte de los ingresos, podemos comer y vestirnos. Paradójicamente, la huella ecológica de nuestra alimentación ha crecido al compás de la reducción de su precio. La comida barata (sobre todo la carne) se produce en grandes instalaciones que contaminan las aguas y el suelo como si de pequeñas ciudades se tratara. Algo parecido ocurre en la gran autopista mundial de la alimentación. En general, eludiendo los costes ambientales de sus operaciones, la industria consigue producir y transportar enormes cantidades de alimentos a un precio muy bajo. La ropa sigue una pauta similar, producción masiva y rápida que inunda el mercado con prendas de baja calidad y muy baratas, diez veces más asequibles que hace sesenta años.

¿En qué nos gastamos el dinero en realidad?

La relación entre los precios de las cosas no deja de cambiar, aunque lo haga en general lentamente. Hace un siglo, el tocino podía valer tanto como la carne, hoy es un subproducto despreciado. La carne de pollo, hacia 1960, resultaba muy cara, mientras que actualmente es de los alimentos más baratos disponibles. Se puede decir que hoy pagamos un precio astronómico por cada metro cuadrado de nuestra vivienda, hasta el punto de que tenemos que ahorrar en otras cosas... por ejemplo en la comida. Es posible que no sea sostenible gastar tanto en la vivienda, energía residencial y transporte privado. Poder dedicar algo más de dinero a la comida, por ejemplo, permitiría dar salida a maneras de producir alimentos más ecológicas y algo más caras. Multiplicar la producción renovable de electricidad, así como el autoconsumo, permitiría reducir mucho la factura de la luz. Los costes asociados al coche, si se pagaran (por ejemplo, el gasto extra en salud provocado por la contaminación que emiten, o el espacio urbano ocupado para aparcar en detrimento de otras actividades) podrían reorientar el gasto en transporte de las familias a alternativas más sostenibles, como el transporte compartido o los pequeños vehículos eléctricos. En resumen, gastar un poco más en mejores alimentos y mejor ropa, gastar mucho menos en hipotecas y alquileres, algo menos en energía, de mejor calidad y renovable además, y reorientar el gasto en transporte del plato único del coche en propiedad a un menú variado de transporte público, compartido y con nuevos vehículos de emisión cero.

(1) Según una serie de encuestas de presupuestos y gastos familiares que arrancan en 1958. Se pueden consultar en ine.es.

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