Historia de una amistad

Houssain por Moussa Al Jamaat
Houssain, por Moussa Al Jamaat.

En septiembre de 2019, después de intensos contactos con el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), organización internacional de protección de periodistas, aparecieron por la oficina de por Causa, fundación para la que trabajo, seis periodistas sirios. Habían llegado a España hacía ya unos meses, como resultado de una de las primeras acciones del CPJ de extracción y gestión de la acogida de periodistas de ese país. En por Causa hacemos periodismo e investigación sobre migraciones, y tras hablar con el CPJ nos ofrecimos a acoger a los periodistas en nuestra red, con la intención de ayudarles como colegas profesionales que son. 

Recuerdo esa primera reunión algo catastrófica en la preciosa sala principal de nuestra sede en el Gabinete de Historia Natural. En primer lugar, al mas puro estilo español pre-covid, servidora se abalanzó sobre ellos a besarlos. Recuerdo la cara de horror de Moussa que, estirando los brazos hacia delante, se protegió como pudo de mi efusividad. "Este tipo de cosas no las hacemos", me vino a decir a través de una clara expresión corporal acompañada de varios gestos faciales muy explícitos. Esta escena se repetiría a lo largo del primer mes con otras personas, incluida yo misma que veces tengo memoria de pez. No teníamos traductor y su español era muy precario -y nuestro árabe, inexistente-. Rajaai, que habla inglés, nos ayudó intercambiar algunos conceptos básicos. "Podéis venir a la oficina todo lo que queráis, esta es vuestra casa. No somos una organización de apoyo a refugiados, así que periodismo el que queráis pero poco más os podemos ofrecer. Además somos muy precarias y estamos desbordadas, de modo que tampoco os podemos dedicar mucho tiempo...", expliqué yo. Ellos nos respondieron que como refugiados habían entrado en le programa de acogida y que tenían recursos para salir adelante. Lo que necesitaban, básicamente, era gente con la que poder charlar. 

No puedo recordar en qué momento el primer estupor y la sensación de que éramos muy diferentes y no teníamos nada en común se transformó en familiaridad. Debió ser bastante rápido porque en diciembre ya eran parte imprescindible de nuestro pequeño universo de porCausa. El vínculo que nos une se ha creado a través de una generosidad infinita, que empezaron ellos y sus familias. Recuerdo el primer día que quedamos a mediodía y aparecieron cargados de comida en la oficina: trajeron Kibbe y hojas de parra rellenas para un regimiento. Ese día decidimos instaurar una comida periódica en la que cada una de las personas traía algo a la oficina para picar. A finales de diciembre ya estábamos hermanados. En cuatro meses habían mejorado su nivel de español muchísimo y ya podían conversar perfectamente. Y ya teníamos desarrollado un código de conducta mixto intercultural, que incluía incluso abrazos de vez en cuando. 

Durante estos primeros cuatro meses, jamás ninguno de ellos me habló de cómo había sido su vida en Siria durante la guerra. Todo el afecto que generamos estuvo basado en lo que somos, desprovisto de ningún tipo de paternalismo por nuestra parte o de interés por la suya. Nos unieron los valores que compartimos, que son la mayoría. 

A través de esta relación de profunda amistad yo he aprendido muchísimo. Una de las cosas que más me han sorprendido, y diría que en cierto modo me ha indignado, es lo mal que funciona el sistema de asilo en nuestro país, por lo menos para personas que no hablan nuestro idioma cuando llegan. Por ejemplo, el proceso de buscar casa, que ya en Madrid de por sí antes del coronavirus, con todo el problema de gentrificación, era un tremendo reto, para nuestros amigos sirio se convirtió en un calvario. El racismo y el clasismo, sumados a la falta de apoyo por parte de alguna de las organizaciones de acogida que cobran del Estado para atenderles, convirtieron la búsqueda de hogar en un espanto. 

Al mismo tiempo que vivíamos este proceso con ellos también fuimos adentrándonos en sus historias personales, marcadas obviamente por la guerra devastadora que les ha separado de sus familias y amigos, que siguen muriendo en Siria mientras ellos intentan sobrevivir en España. Sin ir más lejos, el otro día fuimos a visitar Moussa y Ayham, que viven juntos con sus familias en un piso a las afueras de Madrid. Llevábamos sin vernos desde que se decretó la cuarentena y fuimos a conocer a Houssain, el primer hijo de Moussa, que nació el 7 de agosto.

-¿Por qué le pusiste ese nombre?, le pregunté.
-Se lo prometí a mi amigo Houssain. Ahora mi amigo ya no está, ha muerto, respondió Moussa.
-La personas viven eternamente en nuestros corazones y en nuestro recuerdo.
-Sí, así es.

Houssain, nacido en España, tiene 19 días de vida y sus padres todavía no han conseguido darle de alta en el Registro Civil. Algo tan sencillo como registrar a tu hijo recién nacido y conseguir el libro de familia, se está convirtiendo en una odisea para Moussa y Rasha. Les mandan de un sitio a otro, en mes de agosto, con las restricciones por la covid, nadie les ayuda ni les explica bien las cosas. Según Moussa, les pidieron que para hacer el registro en la calle Padrillo, durante los primeros cinco días, fueran ambos padres, cosa imposible puesto que Rasha estaba convaleciente de un parto complicado. Ahora parece ser que tienen que ir a otro registro que solo da cita a través de una página de Internet que no funciona. Pasan los días y no parece que la obtención del necesario el libro de familia esté cerca.

Tuit del 25 de agosto de Moussa Al Jamaat
Tuit del 25 de agosto de Moussa Al Jamaat

Embargada de ternura y de amor, miraba a Houssain el domingo, tan pequeñito, tan esperado, tan sirio y tan español, y recordaba el tremendo camino recorrido, incluyendo el sobresfuerzo de Rasha, enferma con covid durante el embarazo. 

De los diez periodistas sirios que llegaron el año pasado a España con el CPJ, solo cinco se han quedado. Los demás prefirieron irse a otros países europeos e incluso una familia volvió a Siria. Si hubiesen podido quedarse en su país lo habrían hecho. Y si pueden volver algún día sin arriesgar sus vidas, lo harán. Y mientras están en el exilio, lo único que quieren es una vida normal, en un espacio justo y respetuoso. Lo mismo que queremos cualquiera de nosotros cuando nos vamos a otro país. No es tan complicado.