Con negritas

Caja Madrid: retrato de familia

Si algo ha puesto de manifiesto la descarnada lucha por el poder que tiene en vilo a Caja Madrid es que a los contendientes no les mueve el interés general, como algunos todavía sostienen sin pudor, sino sola y exclusivamente el suyo propio.

ESPERANZA AGUIRRE anhela manejar la institución y para ello está utilizando toda la potencia de fuego que su cargo le ofrece. Ha cambiado la ley regional para impedir la reelección del presidente, poco permeable a sus sugerencias. Y ha amenazado con la inhabilitación a los miembros de los órganos de gobierno de Caja Madrid que hacen piña con MIGUEL BLESA.

Este se ha encastillado y pretende eludir la nueva normativa electoral, so pretexto de mantener la entidad al salvo de influencias políticas, como si el codiciado sillón que ocupa lo hubiese conseguido en 1997 por méritos propios y no expreso deseo de su viejo amigo JOSÉ MARÍA AZNAR, inquilino entonces de la Moncloa.

Cuenta Blesa con un aliado circunstancial: el alcalde de Madrid, que ha puesto incondicionalmente su artillería al servicio del presidente de Caja Madrid. ALBERTO RUIZ-GALLARDÓN no quiere que Aguirre gane esta batalla, pues cogería ventaja en la disputa particular que ambos mantienen a cara de perro por el liderazgo futuro de la derecha española.

Los socialistas madrileños han descrito una trayectoria zigzagueante desde que se abrieron las hostilidades hace ya cinco meses. Su secretario general se colocó inicialmente al lado de Aguirre, en la confianza de que un cambio en el statu quo le permitiría recuperar el terreno perdido por el PSM en Caja Madrid durante el mandado de Blesa. TOMÁS GÓMEZ, por indicación de Moncloa, optó luego por la neutralidad.

En los últimos días, sin embargo, los socialistas han vuelto a ponerse de parte de la presidenta de la Comunidad. Según sus cálculos, Ruiz-Gallardón tiene ahora mismo más papeletas que Aguirre para suceder a MARIANO RAJOY si éste no llega al final de la carrera de obstáculos que precederá a su nominación definitiva como cabeza de cartel del PP para las próximas generales. De ahí que el PSOE se resista a darle un triunfo en Caja Madrid al alcalde.

Todos, como se ve, intentan barrer para casa. Qué conviene más a la entidad, a sus clientes y a sus trabajadores no parece importarle demasiado a nadie.   

El escudero sumiso

En el segundo nivel, también hay quien se ha retratado en esta batalla. El consejero de Hacienda de la Comunidad se ha limitado hasta ahora a secundar servilmente la estrategia de Aguirre, utilizando sin disimulo sus facultades de supervisión de la caja en beneficio de la presidenta. ANTONIO BETETA, quizás para ser más papista que el Papa, reconoció públicamente el viernes que lo que le gustaría de verdad es que Caja Madrid fuera privatizada.

La revancha facilitada

El consejero sirvió en bandeja un argumento perfecto para que uno de los socialistas se saliera de la disciplina del partido y le diera un respiro a Ruiz-Gallardón y a Blesa. FRANCISCO PÉREZ, anterior secretario de organización del PSM, se cobró de paso un par de facturas pendientes. Por un lado, el tamayazo, que permitió en 2003 el acceso de Aguirre a la presidencia de la Comunidad en perjuicio de su antiguo jefe de filas, RAFAEL SIMANCAS. Y por otro, la defenestración de que fue víctima a manos de Tomás Gómez en el último Congreso regional.    

El silencio de los líderes

Mientras, tanto ZAPATERO como RAJOY mantiene, al menos en público, una displicente distancia, a pesar de que está en juego la estabilidad de la cuarta entidad financiera del país. Ni uno ni otro han hecho otra cosa que apelaciones genéricas a la necesidad de que en Caja Madrid las aguas vuelvan a su cauce. Cuál es ese cauce todavía no se han dignado decirlo.

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