Consumidora pro nobis

El universo de la monodosis

La barrita de pan con aceite y tomate ("pan tumaca", como se escribe fuera de Cataluña) se ha posicionado como tendencia en los desayunos de funcionarios y otras especies de trabajadores que bajan al bar a ingerir su menú matutino. A poco que uno conozca, aunque sea de refilón, las leyes de la oferta y la demanda, se percatará de que, al haber aumentado la solicitud matinal de chorrito de aceite sobre el pan, varias avispadas empresas han sabido sacarle partido económico.

Si no recuerdo mal, el marketing existe para adelantarse a nuestros deseos: antes de que en algún lugar de nuestro cerebro albergásemos la posibilidad de que el citado chorrito viniera envasado, los investigadores de mercados, chann, ya lo idearon para nosotros. Créanme, no hace falta recurrir a un estudio de la Universidad de Cambridge para comprobar esto que yo, en dos patadas, les cuento gracias a mi modesto pero representativo muestreo: de las más de treinta veces que he pedido barrita con tomate en un bar, sólo en cinco ocasiones me han ofrecido la aceitera-de-toda-la-vida para que yo me la aliñase. Confieso que, aunque intento ser íntegra, a veces he llegado a preferir el coquetón envasito, quizá por su aparente portabilidad.

La idea de envasar chorritos de aceite es, así entre nosotros, demencial. Comprendo que en bares de Oslo o Moscú la aceitera no sea un elemento corriente, pero aquí sí lo es, por tanto el envasito se hace un poco superfluo y, me atrevo a vaticinar, no siempre va al contenedor amarillo junto a sus hermanos, los minienvases de mermelada o los recién llegados de café molido. Algún día, siguiendo los pasos aprendidos en Rebelión en la granja de Orwell, toda esa superpoblación de envasitos de diversa índole nos atacará sin piedad. Yo solamente aviso.

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