Consumidora pro nobis

El arte del mantenimiento

No deja de sorprenderme el alto precio del zumo de naranja natural en bares y restaurantes. A menudo quiero creer que leo mal las pizarras donde aparece el precio marcado, que en realidad se refieren al valor de un zumo de algún fruto exótico y en absoluto levantino, pero no es así: la humilde naranja en versión exprimida puede llegar fácilmente a los 3.50 euros en cualquier bar modesto, casi 600 pesetas de antaño. Por medio de su precio, el zumo parece querer comunicarnos que hemos de pagar caro el esfuerzo de la mano de obra que lo fabrica, ya sea la del camarero con su exprimidor o la de la enorme máquina a la que se le meten naranjas enteras que ella misma parte por la mitad y licúa. Podríamos pensar que, como la descomunal exprimidora lo hace todo sola, no hay tal mano de obra involucrada, pero lamentablemente existe una operación que la máquina no sabe —o no quiere— hacer: la de autolimpiarse. Una vez más, eso que tanto detestamos, algún ser humano ha de llevarlo a cabo  

Me alegra, y no deja de sorprenderme, que algunos artistas hayan reflexionado sobre ello en su trabajo. Así, en su performance titulada Touch Sanitation, de 1980, la artista estadounidense Mierle Laderman Ukeles le dio la mano a 8500 trabajadores del servicio de limpieza y recogida de basuras de Nueva York agradeciéndoles que mantuvieran viva la ciudad. Y tardó la friolera de once meses en realizar la operación. Quizá en una versión reducida podríamos marcarnos todos un Touch Sanitation con aquellos que se dedican a limpiar y dar esplendor: decidan ustedes mismos si también desean incluir aquí a los académicos de la lengua.

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