Consumidora pro nobis

Vigencia del disparate

A Ramón Gómez de la Serna lo conocíamos como escritor, pero hoy, y gracias a San Youtube, podemos verlo monologando o, en términos más contemporáneos, realizando una performance en la filmación El orador, con el Retiro madrileño de fondo. El material es una joya: impostando la voz desde su corbata bien anudada, Ramón (me permito llamarle por su nombre a secas) nos habla ceremoniosamente y con no poca sorna acerca del mónóculo sin cristal, centrando su atención en la variante "especial para nuevos ricos"; nos muestra también su maestría como imitador de los sonidos que se producen en el corral de gallinas y, por último y como plato fuerte, nos describe con precisión los usos del invento llamado "la mano convincente del orador", un cruce entre guante de beisbol y manopla para sacar bandejas calientes del horno que, según él, produce un sinfín de efectos beneficiosos sobre las masas.

Esto sucedía en 1928, en plena dictadura de Primo de Rivera y con el crack del 29 llamando a la puerta. ¿Tenía España entonces el cuerpo tan poco de jota como lo tiene ahora? Lo ignoro pero, en cualquier caso y para mi sorpresa, el documento audiovisual no presenta síntoma alguno de envejecimiento: ochenta y tantos años más tarde, ya soplen vientos favorables o adversos, muchos seguimos entusiasmándonos con tipos como Gómez de la Serna, cuyo discurso nos saca con brío de la solemnidad. Y otros tantos, como probablemente sucedía en época del propio Ramón, seguirán considerando mamarrachos a los que tengan un mensaje de aires descabellados que transmitirnos. Qué razón tenía Julio Iglesias: la vida sigue igual.

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